Ni una boda más

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A mis hermanas, Randa y April.

Las hermanas son nuestras primeras y eternas amigas,

yo soy feliz de tenerlas a ustedes.


Capítulo 1

Era irónico, pero cada vez que Violet Abrams llegaba a Las Dudas, Alabama, sentía una gran incertidumbre. No ayudaba tampoco el hecho de que, en casa, en la capilla que solía ser su favorita, se estuviera llevando a cabo una gran ceremonia sin ella.

Sí, hoy todo era muy irónico.

Tal vez estaba usando el término irónico de forma equivocada. Las palabras nunca habían sido su fuerte. Era capaz de capturar imágenes que podían decir mil palabras sin necesidad de pronunciar ni una sola.

O al menos, solía hacerlo.

Antes de que un imbécil que le había jurado que sería su “por siempre y para siempre” se burlara de sus planes. Obviamente él no había querido caer en las definiciones clásicas de siempre, eternamente, sin excepción.

Lo que la llevó hasta la molesta palabra nunca. Como cuando juró que nunca jamás volvería a vivir en Las Dudas, Alabama. No a menos que alguien la arrastrara por los pelos.

Sin embargo, allí estaba el anuncio que le daba la bienvenida al pueblo.

Los recuerdos de la última vez que estuvo en Alabama emergieron, impulsándola a mirar por el espejo retrovisor.

Violet hizo un gesto con la barbilla y aferró con más fuerza el volante. Trataba de dejar atrás el pasado. Buscaba el lado bueno de las cosas y apartaba las ideas y emociones negativas. Mientras mis mejores amigas están en Spanx, enfundadas en vestidos entallados y arriba de tacones criminales, yo voy muerta de risa en estos cómodos pants de yoga.

El empleado del 7-Eleven en el que se detuvo a recargar gasolina y cafeína definitivamente se dio cuenta. La observó con atención y, como todavía llevaba el maquillaje del día anterior, se sintió un tanto halagada.

Aunque se fijó demasiado en su trasero.

Fue curioso pero la mujer en el pasillo de las papitas también le miró el trasero. Y Violet se preguntó si por accidente estaba dando la vibra equivocada, gracias a todo lo que había despotricado últimamente sobre los hombres.

Cuando Violet quitó el tapón del tanque de gasolina y vio su reflejo en el espejo lateral del auto todo cobró sentido. Sus pants de yoga color lila eran tan transparentes que dejaban ver con claridad los brillantes corazones rosas y la leyenda de sus bragas: “nos vemos, por ahora”.

Estaba de más decirlo, pero adiós a Victoria’s Secret.

Aunque fue supervergonzoso, al menos llevaba ropa interior linda y no calzones de abuelita.

Mírame, soy optimista.

Los frenos rechinaron cuando detuvo el auto frente a la Pastelería Maisy, haciendo que la carpeta que Violet detestaba, pero que no se atrevía a tirar, se deslizara desde debajo del asiento del copiloto.

Tanto trabajo. Tantas imágenes hermosas que alguna vez la alegraron. Todas dentro de una abultada y brillante carpeta color púrpura que hacía que le dieran ganas de llorar. Precisamente ahora que estoy trabajando con el pensamiento positivo. Muchas gracias, no me ayudas, señora Carpeta, así que vete a… tu lugar.

Violet se estiró por encima de la consola y empujó la maldita carpeta debajo del asiento, junto con la botella de refresco vacía y las envolturas de caramelos de cuatro horas de viaje en carretera desde Pensacola, Florida.

Ah, ¿y si llamo a esto un sabático? No, mejor un viaje de autodescubrimiento. Como en Comer, rezar y amar.

O Alma salvaje, pero sin tanta caminata y con menos rollo al aire libre.

La última página de esas inspiradoras memorias acudió a su mente: Y al final descubrí que comer pastelitos en una habitación con aire acondicionado y corpulentos cazadores solitarios que se bañan con regularidad es el verdadero camino a la felicidad.

Ah, ya me siento iluminada. Como era una chica de todo o nada, Violet unió sus manos en posición de rezar y añadió un “Namasté”.

Funcionó como por arte de magia. La incertidumbre, junto con toda la mierda que se retorcía en su interior, se alivió al ver las letras doradas que anunciaban en el escaparate “Pastelería Maisy”.

Se sintió llena de emoción y jaló de ambos lados la coleta despeinada hasta que la liga chocó con su coronilla. Para asegurarse de que esta vez su trasero llamara menos la atención, Violet sacó su sudadera de la caja que estaba en el asiento delantero.

Marcos multicolores sobresalían del interior de la caja y dejaban ver parte de las imágenes que contenían. Lo suficiente para saber en qué boda habían sido tomadas. La diadema magenta con joyas pertenecía a Leah, la primera en casarse de su grupo de amigas. La otra foto estaba al revés, mostraba los vestidos malva que Amanda había elegido para sus damas de honor junto con los tacones plateados que les cortaban la circulación en los dedos.

El siete era el número de la suerte de Violet. Pero la boda de Maisy marcó la séptima ocasión en la que participó como dama de honor y después de que resultara un desastre, Violet renunció a todo lo que tuviera que ver con ellas. "Ni una boda más", se había prometido.

El problema era que resultaba difícil no pensar en bodas cuando: a) tu trabajo más importante tiene que ver con ellas y b) tus fotos favoritas son de las bodas de tus mejores amigas.

Piensa en Maisy, en cupcakes y en mejillas de bebé. En cuanto tuviera estas tres cosas ni siquiera tendría que trabajar en reprimir sus emociones conflictivas.

Violet salió del auto y puso la alarma, a pesar de que Las Dudas era uno de esos idílicos lugares donde el único crimen es no saludar.

Todas sus pertenencias estaban allí, incluyendo su carísima cámara Canon 5D Mark IV que alguna vez se sintió como una extremidad más.

Allí voy otra vez. Maisy y yo tenemos un plan y todo estará bien si consigo llegar a las últimas horas del día.

Cuando entró, la campanilla de la puerta de la pastelería repiqueteó, al tiempo que Maisy se despedía de un cliente con un: “Hasta luego, ¡que tenga un dulce día!”.

–¡Violet! –chilló Maisy tan fuerte que el cliente se sobresaltó. Su media hermana rodeó el mostrador corriendo y Violet se apresuró dando un par de zancadas.

Un instante antes de que se encontraran, Violet vaciló, solo era una ligera duda de si ir con todo, ya que nunca habían hecho el combo de grititos y abrazos.

Pero Maisy cubrió la distancia que las separaba y le dio un abrazo, digno de una pitón, que le sacó el aire. Quedarse sin aliento nunca había sido tan tranquilizador.

Por su complicada dinámica familiar no estuvieron cerca cuando crecieron y los abrazos que antes intercambiaban solían ser rápidos y robóticos. Sus conversaciones habían sido más o menos siempre las mismas hasta los últimos meses.

–Estoy tan feliz de que estés aquí –dijo Maisy–. Obviamente, la pastelería necesita una remodelación… pero no es que tengas que empezar de inmediato. Llevo todo el día esperándote y ya estás aquí y, por si no lo notaste, estoy muy emocionada.

–Creo que el término correcto sería “tengo un subidón de azúcar”.

Maisy se rio y se acercó como si estuviera a punto de revelar sus secretos comerciales.

–También invertí en una máquina de café expreso. Tras muchas noches sin dormir, pasó de ser un deseo a una necesidad.

Sonó la campanilla de la puerta y Maisy vio que entraba una familia de cinco miembros.

–No te preocupes por mí –dijo Violet, moviendo la cabeza de un lado a otro para liberar la tensión del cuello tras el largo viaje–. Echaré un vistazo y empezaré a hacer planes. Nos pondremos al día cuando cierres la tienda.

Maisy asintió y se acercó para ayudar a la familia a estudiar el muestrario de golosinas. El aire se llenó con su charla y Violet se preguntó cuántos expresos y cupcakes habría tomado Maisy, y si una buena cantidad de azúcar y cafeína le ayudaría también a ella para contrarrestar el sabor agridulce que sentía en la garganta.

 

Estar aquí era… surreal.

Hablando de surrealismo, ¡centrémonos en el arte! Violet colocó las manos en las caderas y estudió las sucias paredes de la pastelería. Definitivamente necesitaba una remodelación, pero estaba segura de que podría mejorar los desolados muros blancos y las polvosas decoraciones.

Podía pintar la parte inferior del mostrador delantero con un color más oscuro para que la vitrina llamara más la atención. Los suelos de madera eran hermosos y, con una pulida, y tal vez una capa de barniz, serían perfectos.

Hay mucho potencial. Al observar cómo Maisy colocaba sus azucaradas obras de arte en una caja rosa pálido mientras sonreía a sus clientes, le resultó obvio que su hermana hacía lo que le gustaba. De la nada, una ola de cariño golpeó a Violet con tanta fuerza que le temblaron las rodillas. Era genial ver a Maisy en persona otra vez.

Había creído que las llamadas telefónicas se desvanecerían, sobre todo desde el nacimiento de Isla hacía un mes. Los bebés recién nacidos consumen mucho tiempo y Violet lo habría comprendido.

Pero, por el contrario, ella y Maisy hablaban cada vez más. Y cuando Violet se quebró, soltó la sopa y le dijo que hoy sería horrible, Maisy insistió en que viniera y se quedara con ella una temporada. Al menos hasta que se repusiera.

–No quiero ser imprudente –dijo Violet, pero Maisy chasqueó la lengua y le dijo que con su esposo trabajando lejos de casa estaba desesperada por un poco de compañía. Además, tenía una habitación extra, sin cargo.

Como no quería sentirse como una vividora, insistió en que hicieran un trato: Violet remodelaría la pastelería mientras estuviera en la ciudad. Lo cual le tomaría, si lo hiciera a su manera, solo un mes. Dos, a lo mucho.

–¡Que tenga un dulce día! –se despidió Maisy del último cliente del día. Volteó el cartel de la puerta para cerrar y se dirigió hasta donde estaba Violet, que miraba todavía la pared.

Los muros en blanco solían transmitirle vibras de una felicidad cosquilleante. Por desgracia, la chispa no se encendió como por arte de magia.

–¿Y? –preguntó Maisy–. ¿Qué te parece?

–Como dicen, el lugar tiene potencial. Y el suelo es increíble –dio una patadita como para comprobar lo que decía–. Con pintura nueva, unas notas de color, obras de arte bien colocadas, reflejará cómo se siente la gente cuando prueba uno de tus deliciosos postres.

La sonrisa de Maisy era muy parecida a la de su madre, pero a diferencia de las “sonrisas” que Cheryl Hurst le dirigía a Violet, la de Maisy era genuina.

–Estoy tan contenta de que estés aquí para ayudar. Cuando compré el lugar, me tuve que concentrar en sustituir los electrodomésticos. Después de eso, apenas tenía dinero para los ingredientes. Ahora por fin tengo los medios para renovar el resto, pero, gracias a mi adorable bebé, no tengo el tiempo. Además, no soy buena en decoración.

–Sí, recuerdo tu habitación de cuando eras niña. Era como si un daltónico la hubiera decorado.

–Oye, no estaba tan mal –Maisy le dio un empujoncito en el hombro.

–Como alguien con entrenamiento en colores complementarios –apuntó Violet después de soltar una risita–, puedo decir con total seguridad que sí estaba muy mal. Sobre tu cama también tenías un póster de ese tipo cavernícola de cabeza grande, nariz enorme y boca extrañamente pequeña.

Maisy suspiró tan fuerte que resonó entre las paredes.

–Era un póster de One Tree Hill, si no captaste el encanto de Nathan Scott es porque no viste la serie.

–Sí la vi, Lucas Scott era mucho más guapo que su hermano.

–¿Lo dices en serio? Tiene la cara aplastada. Y nunca abre los ojos por completo.

Violet iba a comenzar a discutir, pero prefirió cerrar la boca.

–Buen punto en esa última parte, pero tenía una cabellera genial. Además, los paliduchos de pelo oscuro no son mi tipo.

Maisy se escondió detrás de la oreja un mechón de pelo castaño que había escapado de su cola de caballo.

–¿Descartarías a un tipo solo por eso?

Aunque a Violet nunca le había gustado el apellido Hurst, no le quedaba más que aceptar el mismo tono café rojizo oscuro en su cabello que el de su padre, su media hermana y su medio hermano. Cada vez que los visitaba, ese era el rasgo característico que hacía que los lugareños exclamaran: “Vaya, eres toda una Hurst”.

Era perturbador Cuando era adolescente lo llevaba rubio para no confundirse con la familia a la que nunca había pertenecido.

Por supuesto que la idea de mantenerse alejada de cualquier parecido con su padre había sido una teoría absurda, al menos una que no le había evitado el dolor, pero de todas formas se había aferrado a esa fantasía. En los últimos meses demasiadas cosas habían cambiado y Violet anhelaba lo familiar.

–Tengo un sistema muy preciso. Básicamente, miro a alguien y si es un tipo sexy que me da alas durante años y años, decido que ese es el indicado.

Como esa afirmación era verdad, la broma no tuvo gracia.

Antes de que Maisy pudiera compadecerse, Violet agitó una mano en el aire. Se había vuelto buena en fingir que la pérdida de una década entera de planes no la había afectado.

–En fin, ese era mi antiguo sistema, antes de que renunciara a los hombres en general. ¿Quién los necesita?

–Yo –suspiró Maisy y con tono soñador añadió–... Solo desearía que el mío no estuviera tan lejos.

Violet se estremeció, pero no solo porque las palabras se sintieron como un pinchazo en el corazón.

–Lo siento. Eso fue insensible de mi parte. Sé cuánto lo extrañas, Travis es uno de los buenos.

Esta vez, fue Maisy quien agitó una mano en el aire.

–No pasa nada. Entiendo lo que quieres decir –colocó su brazo alrededor de los hombros de Violet y apoyó la cabeza en su hermana–. Espero que algún día, cuando conozcas a la persona adecuada, cambies de opinión.

Muy lindo deseo, pero Violet ya había decidido que la persona “correcta” no estaba en su destino y, la mayoría de los días, estaba en paz con eso.

No era como si casarse fuera su principal objetivo en la vida. Y a pesar de lo que su ex o cualquier otra persona que hubiera estado en su vida durante la última década pudieran pensar, su casi obsesión con la planificación de su propia boda en realidad no tenía nada que ver con la celebración.

En el pasado, cuando la musa de la fotografía solía ser benévola, las bodas eran su trabajo favorito. Se emocionaba y dominaba el arte de capturar momentos sin seguir un guion: el padre de la novia abrumado por dejar de ser el hombre principal en la vida de su hija; los abuelos recordando el día de su propia boda mientras compartían un baile; los niños escondiendo pedazos de pastel en sus elegantes trajecitos; y las damas de honor riendo juntas, trabajando para asegurar que la novia tuviera el día perfecto.

Luego estaban los votos. Esa era su parte favorita de las bodas y lo que siempre la hacía llorar. La declaración ante todo el mundo de que elegías a esta persona para pasar con ella toda tu vida, y la promesa de seguir haciendo todas esas pequeñas cosas que las hacían sentir amadas.

Por siempre y para siempre… El pinchazo en el corazón se convirtió en una puñalada, una que reabrió viejas heridas.

–¿Violet? ¿Estás bien?

Violet parpadeó, molesta al notar esa humedad que se aferraba a sus pestañas.

–Lo siento. Estoy tan acostumbrada a trabajar en silencio que empecé a repasar en mi mente posibles combinaciones de colores.

Una huella de escepticismo se dibujó en los labios de Maisy, pero fue amable y evitó llamarla mentirosa, mentirosa, plan de boda desastrosa.

–¿Significa que mi idea podría funcionar? –preguntó llena de esperanza.

Durante la escuela de arte, Violet había incursionado en varios medios. La teoría era que emprender un trabajo con poca presión haría que sus jugos creativos fluyeran.

A medida que la imagen de la pastelería renovada tomaba forma en su mente, la chispa que antes había buscado en vano, comenzó a centellar.

–Unas rayas o unos grandes lunares de colores alegres irán en esa pared divisoria –una familiar corriente eléctrica recorrió su piel y le aceleró el pulso. No era tan intensa como cuando miraba a través de la lente de su cámara, pero le susurró que la pasión estaba todavía en algún lugar en su interior–. También podríamos pintar y retapizar las sillas para que hagan juego.

–Confío en ti –dijo Maisy, y Violet sintió un tironcito en el centro del pecho.

El teléfono de Maisy pitó.

–Es hora de recoger a Isla de la guardería. Solía ser organizada, pero tenerla me frio el cerebro. Perdí la noción del tiempo, así que necesito poner una alarma. De vez en cuando regreso con ella para terminar el trabajo y hoy va a ser uno de esos días.

–¿Te importa si me quedo y hago una lluvia de ideas?

Además de que deseaba aprovechar la chispa creativa, Violet no quería ver gente. En especial no quería ver a su padre y a su esposa. Con todo lo que le ocurría hoy en día, no era capaz de manejar un incómodo encuentro con el resto de los Hursts.

–Para nada –Maisy se quitó el delantal y lo tiró en una mesa cercana–. ¿Pero podrías hacerme un favor? Preparé la masa para un par de tandas de cupcakes pero estaba esperando a que el horno se precalentara. ¿Puedes meterlos?

–¿Solo meterlos? –era una petición simple, pero la sola idea de cualquier cosa que implicara hornear la ponía nerviosa. Le había dicho a Maisy que con gusto le ayudaría a vender y a comer cosas, pero que no esperara ayuda en la cocina.

–Sí. Pon el temporizador quince minutos –Maisy abrió la puerta–. La guardería no está lejos, así que volveré pronto.

Solo hay que meter los cupcakes y poner un temporizador. Suena bastante simple.

–Antes de que me olvide, ¿hay almendras en alguno de los pasteles? No es que vaya a comerlo todo, pero también podría hacerlo y preferiría no entrar en un choque anafiláctico cuando lo haga.

–No te acerques a los panecillos de semillas de amapola ni a las garras de oso. Aunque en esos se pueden ver las almendras trozadas en la parte superior. Aparte de eso, puedes comer lo que quieras –repuso riendo.

Violet rodeó la pared que separaba el frente de la pastelería de la cocina. Encontró dos bandejas gigantes de cupcakes con masa color rosa, amarillo y café. De repente, se le antojó un helado napolitano.

Al abrir la enorme puerta del horno el calor le golpeó el rostro. ¡Guau! Apuesto a que este lujoso equipo prácticamente hornea solito los cupcakes.

Su teléfono pitó mientras metía la segunda bandeja. Violet lo sacó vibrando de su bolsillo y como se trataba de su compañera de habitación de la universidad que había sido la responsable de su primera vez como dama de honor, respondió.

–¿Hola?

–Oh, cariño –la saludó Leah–. ¿Cómo estás?

Mierda. Debería haber sabido que no debía responder. Todo lo que esa conversación iba a hacer era recordarle exactamente qué día era.

–Estoy bien. Estoy con mi hermana y…

–Tu boda habría sido mucho más elegante. El vestido de la novia hace que los invitados se sientan totalmente incómodos. Un solo movimiento de la chica y se le escapa un pezón, yo estoy a punto de hacer el jueguito pasivo agresivo de “Rock Your Body” para revivir cuando Justin Timberlake le arrancó el top a Janet Jackson y dijo que fue un problema de vestuario. Amanda y yo te enviamos fotos por el chat del grupo para que lo veas por ti misma.

Violet cerró la puerta del horno con la cadera y miró fijamente los extraños botones y controles. Y ella que pensaba que la estufa de su apartamento era desconcertante. Presionó uno, cinco, y buscó el botón del temporizador.

–Benjamin tomó su decisión y honestamente espero que sean felices juntos –las palabras le rasparon al salir y le dejaron la garganta adolorida, en carne viva. Aunque trataba de ser una mejor persona, todavía no lo conseguía.

–Le doy a este matrimonio menos de un año –soltó Leah.

“Seis meses”, escuchó Violet en el fondo, lo que significaba que Amanda estaba allí y estaban sentadas juntas.

–Solo prométeme que si el bastardo vuelve arrastrándose hacia ti, no lo aceptarás de nuevo.

 

Al tiempo que Violet presionaba más botones sonó un bip, bip. En el reloj digital no se veía que iniciara la cuenta regresiva, así que continuó presionando botones.

–No lo haré, lo juro. Ahora mismo, estoy intentando no pensar en él o en la boda en absoluto.

Ni en el hecho de que le propuso matrimonio cuando llevaban solo dos meses y se está casando tan solo seis después de haberla conocido.

–Lo sé, lo sé. Pensamos que te haría sentir mejor saber que Crystal se ve muy vulgar. Tú eres mucho más divertida y realista…

En realidad eso quiere decir más sosa, pero con una personalidad ingeniosa que compensa la simplicidad.

–Pero ahora también estoy pensando… –Leah pasó del modo chismoso al llorón en dos segundos, lo que significaba que había estado disfrutando de la barra libre–. Es mi culpa por presentarlos a ustedes dos en primer lugar. No iba a venir a esta farsa de boda por principios, pero Ben es el mejor amigo de Casey, bua, debes saber que sé que el imbécil nunca te mereció. Vas a encontrar a alguien mucho mejor.

Si le decía a Leah que había renunciado a los hombres solo la haría llorar más. Y luego jalaría a Amanda para que pudieran hacer FaceTime y se lamentaran por cómo se sentía. Tal vez incluso le sugerirían amigos solteros, a pesar de que habían estado en el mismo grupo de amigos desde siempre y conocían a la misma gente.

Violet le aseguró que estaba bien y le sugirió que fuera a disfrutar del baile con su esposo, que era un gran tipo.

Como no estaba segura de si había ajustado bien el temporizador, puso una alerta en su teléfono, haciendo lo posible por ignorar el chat de grupo que habían titulado La Tripulación de las Damas de Honor. Como sus amigas de la universidad tenían vidas ocupadas y se conectaban en diferentes momentos, lo habían creado para mantenerse en comunicación sin importar lo que pasara.

Se formaron gotas de sudor y el calor empujó a Violet hacia el frente de la pastelería, donde se enganchó con una galleta de azúcar escarchada.

Se sentó en la orilla de una mesa y frotó la pantalla de su teléfono contra la tela gastada de sus pants de yoga. Comenzó a quemarse el muslo, urgiéndola a darle vuelta a su celular y a estudiar las fotos de la boda de su ex que no quería ver en absoluto. ¿Por qué se torturaba de ese modo?

Como si otra persona estuviera a cargo de su cuerpo, giró el teléfono. Sin su permiso, su pulgar tocó el mensaje de Leah. Y allí estaban. Su exprometido y su nueva esposa sonrojada.

Yo también me sonrojaría si llevara ese vestido. El escote del vestido de Crystal se prolongaba hasta la mitad del ombligo. En una mujer delgada, de pechos pequeños, podría pasar por elegante, pero las tetas falsas de Crystal estaban a punto de desbordarse. La cinturita de avispa mostraba el hecho de que, a diferencia de Violet, Crystal no necesitaba perder diez kilos, y la falda y la cola estaban adornados con ¿qué iba a ser? cristales.

Tal vez el vestido era de lo más atrevido, pero no se podía negar lo radiante que estaba la novia.

Leah había añadido un GIF de Heidi Klum haciendo caras, con la palabra guau abajo, y Amanda había añadido un puaj que mostraba a Britney Spears con cara de que acaba de ver algo desagradable.

Con la tortura en pleno apogeo, Violet se metió la última galleta en la boca y pasó a la siguiente foto que había enviado Amanda.

Su corazón dejó de latir al ver el ramo de la novia y el color de los vestidos de las damas de honor. La imagen se desdibujó cuando sus ojos se llenaron de lágrimas sin derramar.

Había tantos colores, pero ¿púrpura? ¿En serio? ¿Benjamin no pudo decirle a Crystal, Ey, espera, el color favorito de Violet es el púrpura y he visto fotos en una carpeta de bodas de ensueño que son similares de un modo inquietante a todo lo que has elegido?

¿Cómo se atrevían a quitarme eso? ¡Está en mi propio nombre!

Ya sin control de su cuerpo, Violet salió furiosa de la pastelería. Abrió de un tirón la puerta del pasajero de su coche y buscó la estúpida carpeta que no quería volver a ver.

La liga del pelo se enganchó en uno de los tornillos debajo del asiento, un agudo dolor acompañó al tirón que la liberó. Se sintió un poco mareada al extraer la carpeta. Como burlándose de ella, brilló bajo los últimos rayos de luz del día.

Violet tomó el encendedor de la guantera y como una tromba se internó en el callejón junto a la pastelería.

“Algún día, ¡mi trasero redondito!”. Algún día solía ser la mentira favorita de Benjamin. La promesa con la que la engañó durante toda una década.

Nos casaremos después de graduarnos de la universidad.

Después de que consiga este trabajo.

Cuando tengamos más dinero ahorrado.

Estoy tan estresado ahora mismo, cariño. Esperemos hasta después de que consiga el ascenso.

Algún día pronto, pero en serio necesito un coche nuevo y es la inversión más inteligente.

Después de cada boda a la que asistían juntos, y en la mayoría de ellas Violet participaba, Benjamin la miraba amorosamente a los ojos y le decía: “Nena, somos los siguientes”.

Había esperado diez años.

Cuando estaba por finalizar la recepción de Maisy, donde fue, otra vez, dama de honor, Violet se puso a buscar a su novio. Estaba decidida a decirle que ya era hora de que fijaran una fecha y que dieran el maldito paso de una vez.

Cuando finalmente lo encontró en una habitación abandonada del salón de banquetes, una de las invitadas estaba sentada a horcajadas sobre él, con la falda alrededor de la cintura y la lengua de Benjamin en su garganta.

“Ese imbécil”. Violet lanzó su carpeta de boda contra la pared exterior de la pastelería. Una mezcla de satisfacción e ira la recorrieron al ver las páginas esparcidas por el suelo sucio.

Se puso en cuclillas y arrancó más páginas, lo que no fue fácil, ya que había deslizado todas las hojas en protectores de plástico reforzado. Sacudió las brillantes páginas de revistas con sus hermosos pasteles de varios niveles y vestidos de novia y ramos, todos en varios tonos de púrpura.

Eso debería ser suficiente leña para prenderle fuego al resto, pensó mientras giraba el pulgar sobre el encendedor.

Una llama azul y anaranjada chisporroteó, no podía esperar a que creciera para que terminara con sus esperanzas y sueños perdidos.

***

–Para los vestidos de las damas de honor, estoy pensando en ombligueras y faldas cortas –dijo Ford mientras se dejaba caer en el sofá para la que sería la primera de muchas reuniones de planificación de boda según les habían anunciado–. No tan cortas como para que deba esconder mi paquete, pero quiero mostrar estas piernas musculosas que me ha dado el entrenamiento como bombero.

Addie, una de sus mejores amigas y la futura novia, se rio y Lexi se sonrojó. Los tres cachorros de pastor alemán que le entregaron a principios de la semana se alborotaron.

Desde el otoño pasado, varios eventos inesperados habían sucedido al interior de su unido grupo de amigos. Su amigo Shep, Will Shepherd como casi todo el mundo lo conocía, se había casado con Lexi, la rubia debutante que ahora recargaba su cabeza contra Ford. Luego, en medio de todas las actividades previas a la boda, dos de sus otros amigos más cercanos se enamoraron.

Al principio, Ford odió la idea de Tucker y Addie. Pero al ver todo el esfuerzo de Tucker para ganarse a la chica que estaba a su lado, lo bien que estaban juntos, y lo más importante, cuando se dio cuenta de que el grupo no se iba a dividir por su matrimonio, se sumó a los preparativos. Ahora estaban a punto de casarse.

Cuando Murph, conocida como Addison Murphy en el resto del pueblo, le pidió que fuera parte de su cortejo de honor, por supuesto dijo que sí. Haría casi cualquier cosa por sus amigos.

Lexi, otra de las damas de honor junto con Alexandria, la hermana de Addie que tenía la suerte de quedar fuera de los preparativos de la boda por vivir en el estado vecino, extrajo de un sobre una carpeta gigante y unas cuantas revistas gruesas de su bolso. Las dejó caer sobre la mesa de café que estaba junto a los juguetes de los perros y los controles remotos, donde contrastaban con el montón de ejemplares del Alabama Outdoor News.

–Esto debería servir para empezar –dijo, con cuaderno y bolígrafo en mano.

–¿Para empezar? –Addie contempló la pila de revistas–. ¿Vamos a comenzar un incendio? Porque eso es lo que ese montón de tonterías me provoca.

Lexi suspiró y cruzó una pierna sobre la otra, la falda de su vestido rojo revoloteó con el movimiento.

Como dijo, haría cualquier cosa por Murph, que siempre había sido uno de los muchachos, pero los planes de boda se pasaban un poco de la raya. Los ojos de la chica estaban abiertos como platos y suponía que los suyos estaban igual, pero hacía mucho tiempo que había jurado no dejar a ningún hombre atrás.

Como él era parte de las damas de honor y Addie no tenía idea sobre cosas de chicas, Lexi era la única con experiencia en todo lo que una boda implicaba, de modo que ahí estaban, mirando una carpeta con códigos de colores.