Buch lesen: «Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1», Seite 5

Schriftart:

CAPÍTULO SIETE

Lunes

Por la noche

Mientras deambulaban a través del tráfico de la última hora punta, Ray repasaba la información que Patterson le había dado sobre Johnnie Cotton. Había sido capturado en una operación encubierta contra la pornografía infantil seis años atrás, cuando tenía veinticuatro, y terminó pasando dos años en Lompoc. Ahora ya fuera, estaría en el registro de ofensas sexuales por el resto de su vida. Eso podría explicar por qué vivía en una zona industrial de la ciudad, donde era mucho menos probable que violara la norma de permanecer a más de treinta metros de escuelas y campos de juegos.

Pero a pesar de los problemas que entrañaba esta ofensa, no era eso lo que les había llevado a este lugar ahora. Más bien, era su furgoneta y la afirmación de Denton de que él era su camello. Esas dos cosas juntas eran suficientes para que Hillman consiguiera una orden para su fuerza de ataque. Pero el teniente Cole Hillman era un hombre cauto. Ambos, Keri y  Ray, confiaban que al igual que el grito oído en casa de Denton, estos detalles acerca de Cotton creaban las circunstancias justificadas que no requerían una orden. Ninguno de ellos necesitaba decirlo en voz alta: iban a entrar.

Cotton vivía junto a Baldwin Hills, una acomodada urbanización, predominantemente afroamericana, en el corazón de Los Ángeles Oeste. La mayoría de los hogares se ubicaban en suaves colinas que se elevaban lo suficiente como para dar vistas panorámicas de la ciudad en los días en que no había mucha contaminación atmosférica. Pero Cotton no vivía en esta zona. Su casa estaba justo al sur, en una casi desolada franja de tierra, ocupada por campos petroleros y las grúas que bombeaban sin descanso para chupar el subsuelo.

Su propiedad de dos acres estaba justo después de la calle Stocker, en un tramo del camino de Santa Fe, lleno de ventas de material de canteras, talleres, desguaces y los precarios hogares de los dueños de tales negocios.

Keri y Ray llegaron a casa de Cotton antes de que se pusiera el sol. Habían apagado la sirena cuando entraron en La Ciénaga Boulevard, que estaba por allí cerca. Ray apagó los faros también. Aparcaron en la calle, a varias decenas de metros pasada la casa de Cotton, junto a la propiedad adyacente. Era una especie de cementerio para excavadoras, palas mecánicas, camiones de dieciocho ruedas, que arrojaban inquietante siluetas negras en contraste con un cielo que oscurecía con rapidez.

No había iluminación pública en el área, lo que acentuaba las sombras. Unos pocos edificios tenían pequeñas luces encima de las puertas de entrada, pero al estar tan lejos del camino no eran de mucha ayuda para Keri y Ray

Revisaron el plan antes de avanzar.

–Tenemos alrededor de veinticinco minutos como mucho, antes de que la fuerza de ataque llegue —observó Ray—. Concentrémonos en encontrar a Ashley y ponerla a salvo. Dejaremos que los profesionales se encarguen de la toma si es posible. ¿Te parece bien?

Keri asintió.

La puerta secundaria del cementerio de vehículos paralelo a la casa de Cotton estaba abierta, así que entraron con todo el sigilo del que eran capaces.

«Apuesto a que al dueño de este lugar no le preocupa demasiado que alguien pueda robarle sus cosas sin ser visto».

Las propiedades estaban separadas solo por una cerca de alambre de metro y medio de altura. Con cuidado caminaron cerca de cien metros, hasta que finalmente vieron un edificio en la propiedad de Cotton. Era una casa pequeña de una sola planta con luces interiores amarillas que se dejaban ver a través de las cortinas echadas.

Detrás de este, en lo profundo de la oscuridad, podían ver ahora otros edificios, el mayor de las cuales parecía un edificio metálico de dos plantas —posiblemente un taller de soldadura por su apariencia— junto a otros, más pequeños con aspecto de cobertizo. Ninguno de ellos tenía iluminación interior o exterior.

Treparon por la cerca, entraron a la propiedad de Cotton y se acercaron a la casa con sigilo, moviéndose en un amplio círculo de búsqueda, navegando a través de los cascarones rotos de viejos coches oxidados posados sobre sus llantas desinfladas.

A excepción del sordo murmullo del tráfico a menos de un kilómetro de distancia y el lejano ladrido de un perro solitario, no se oía nada.

–No veo ninguna furgoneta —susurró Keri. Trató de ignorar el sudor que le corría por la espalda y pegaba la blusa a su piel húmeda. A pesar del sofocante calor, sentía frío.

–Podría no estar en casa.

Siguieron moviéndose, con pasos cuidadosos, sin saber si estaban a punto de engancharse en una trampa o de pisar algún tipo de explosivo casero. Con un tipo como Johnnie Cotton, a quien claramente no le gustaban las visitas inesperadas, nunca se sabía.

Cubrieron el camino hasta la casa y se asomaron a través de una estrecha abertura entre las cortinas. Vieron una pequeña salita. En un rincón había una vieja tele con antenas con nada más que solo mostraba interferencias en la pantalla. No parecía haber ningún movimiento en el interior. La luz que habían visto provenía de una lámpara de mesa. Un pequeño ventilador daba vueltas en el suelo en un inútil intento de refrescar el lugar. A excepción del murmullo de las paletas, no se oía ningún sonido.

Avanzaron lentamente por un lado de la casa, pasando una ventana cerrada y oscurecida y continuaron hasta la parte de atrás donde una ventana corrediza estaba abierta para dejar que el aire fluyera. A través de la mosquitera, vieron un dormitorio. Desde un vestíbulo, una chispa de luz iluminaba con timidez la habitación, lo suficiente como para mostrar que las paredes del dormitorio estaban cubiertas con fotos de revista de chicas jóvenes, casi todas vestidas con ropa íntima o trajes de baño. No era porno infantil —todo lo que había en las paredes se podía encontrar en un quiosco. Pero la cantidad era alarmante.

–Los viejos hábitos tardan en desaparecer, supongo —musitó Ray.

Continuaron su búsqueda, mirando por cada ventana disponible, y finalmente llegaron a la conclusión de que el hombre no estaba en casa. Encontraron la puerta trasera, que Ray abrió con una tarjeta de crédito, entraron e hicieron un registro rápido de la caso, pulsando los interruptores de luz solo cuando era necesario y solo por unos segundos, por si Cotton volvía inesperadamente.

En el armario del dormitorio principal, Ray divisó una caja de zapatos en un estante superior. Comenzó a bajarlo cuando ambos oyeron un ruido por debajo de ellos, una especie de sonido como algo que corría. Se quedaron paralizados, mirándose entre sí.

–¿Ashley? —vocalizó Ray silenciosamente.

–O quizás Cotton, escondiéndose —Keri susurró en respuesta.

Keri quitó la alfombra de la sala, dejando al descubierto una trampilla. Había una manilla en ella, pero nada que impidiera su apertura. Keri enfundó su arma y puso la mano en la manilla mientras Ray apuntaba con su arma a la puerta. En silencio, contó hacia atrás desde tres con una mano mientras se preparaba para abrir la puerta con la otra. Cuando acabó de contar, tiró de la puerta hasta abrirla por completo y la dejó sobre el suelo, luego se apartó a un lado.

Por un segundo no hubo nada. Escucharon entonces de nuevo el correteo. Al acercarse más cercano sonaba como un galope. Y entonces algo salió disparado del sótano, casi con más rapidez de la que el ojo podía captar.

Un enorme pastor alemán se plantó en el suelo sobre sus cuatro patas, ladrando. Su pelaje se veía descuidado y Keri pudo olerlo desde el medio de la habitación. El perro giró la cabeza y vio a ver a Ray en el armario. Ladró de nuevo y se fue en esa dirección, haciendo ruido al rozar el suelo de madera con las uñas de las patas.

–¡Cierra la puerta! —gritó Keri. Ray hizo lo que le decían, arreglándoselas para cerrarla de un golpe justo antes de que el animal llegara hasta él. El pastor se giró de inmediato, en busca del origen de la voz. Sus ojos se fijaron en Keri. Esta vio que tensaba los músculos mientras se preparaba para saltar.

A diferencia de Ray, ella estaba en el centro de la sala. No había forma de que llegase a la puerta antes de que el perro le diera alcance.

«¿Qué voy a hacer?»

Cayó en cuenta de que su mano ya estaba posada sobre su arma enfundada. No quería usarla pero temía que no quedara otra alternativa. Estaba claro que el perro había sido entrenado para atacar, y dudaba que se mostrase tranquilo con ella. De pronto, una voz lo llamó desde el armario.

–¡Hey, cosa fea! ¡Ven a buscarme!

El perro se volvió para echar un rápido vistazo al armario. Keri aprovechó el paréntesis para a su vez echar un rápido vistazo a la habitación.

«No hay a donde ir. Es más rápido que yo. No le puedo sacar ventaja. No puedo ganarle. Ni siquiera sé si puedo sacar mi arma antes de que me alcance».

El perro perdió interés en la voz y volvió su atención a Keri. Entonces le vino una idea a la mente. Pero para ponerla en práctica necesitaría otra distracción. Al parecer Ray le había leído la mente. Abrió la puerta del armario solo un poco y gritó de nuevo.

–¿Cuál es el problema, Cujo… asustado?

El pastor alemán ladró y trató de meter el hocico a través de la puerta, sin éxito.

Eso era lo único que Keri necesitaba. Se arrodilló con rapidez. El perro dejó a Ray y se centró en Keri. Ray continuó gritando pero el animal le ignoró.  De su boca abierta colgaba un largo hilo de saliva. Sus dientes parecían brillar a la débil luz de la lámpara. Tuvo un instante de parálisis y a continuación saltó, como un torpedo canino, directo hacia ella. Por el rabillo del ojo, Keri vio a Ray abrir la puerta del armario, apuntando con su arma al ágil perro.

–¡No! —Keri gritó mientras alzaba violentamente la trampilla a modo de barrera entre ella y el perro. El animal, ya en el aire, no pudo hacer nada para evitarla y chocó con la puerta antes de caer por los escalones que llevaban al sótano. Al disponerse a bajar la puerta, Keri vio al perro trepar de nuevo por los escalones, aparentemente ileso. Pudo cerrar menos de un segundo antes de que el perro se golpeara con la puerta. Lo escuchó resbalar por los escalones de nuevo un instante, para de inmediato incorporarse para dar un nuevo salto.

Ella se colocó encima de la trampilla, presionando con todo su peso, preparándose para el siguiente choque. Cuando llegó, la levantó unos cuantos centímetros. Para cuando recuperó el aliento, el perro gruñía mientras subía por tercera vez.

Pero para entonces, Ray había llegado junto a ella y también se tiró sobre la trampilla también. Esta vez, cuando el perro la embistió, no se movió. Escucharon un fuerte aullido y los tenues pasos del perro bajando los escalones, aparentemente ya derrotado.

Keri rodó, aseguró la puerta y soltó un gran suspiro. Ray estaba echado junto a ella, respirando con dificultad. Al cabo de unos segundos, Keri se incorporó y lo miró.

–¿Cujo? —preguntó ella.

–Fue lo único que se me ocurrió.

Ambos se pusieron lentamente de pie y miraron a su alrededor. Keri observó que la caja de zapatos que Ray había tenido en las manos se había caído al suelo, desparramando cientos de fotos. Todas eran de chicas desnudas con edades que iban desde los cinco hasta poco menos de veinte.

Sin siquiera pensarlo, Keri comenzó a revolverlas, buscando a Evie, hasta que Ray le puso la mano en el hombro y dijo en voz baja:

–Ahora no.

–¡Ray!

–Ahora no. No estamos aquí por eso. Además, ellas van a seguir aquí. Vamos.

Ella vaciló y entonces sacó la caja del armario y corrió con ella hasta la sala, más cerca de la luz de la lámpara. Una vez allí, echó el resto de las fotografías en el suelo antes de que Ray pudiera detenerla, y se puso a buscar entre ellas.

«Evie está aquí. Lo sé».

Ray trató de agarrarle muñeca pero ella lo retorció para liberarse.

–¡Ella está aquí, Ray! ¡Déjame!

–¡Mira! —dijo él entre dientes, apuntando hacia la carretera.

De pronto, la fachada de la casa se iluminó.

Unos faros se aproximaban a ellos, algo lejanos todavía pero acercándose con rapidez. Era Cotton, que volvía a casa.

–¡Vamos! —insistió Ray.

Metieron de nuevo las fotos en la caja, y esta en el armario, extendieron la alfombra sobre la trampilla, y se las arreglaron para salir por la puerta trasera justo en el instante en que Cotton entraba por la de delante. Se quedaron allí, inmóviles, preguntándose si él habría escuchado cerrarse la puerta. Pasó un segundo, luego otro. La puerta trasera no se abrió. Ninguna cabeza se asomó para ver si había alguien allí. Ray tiró suavemente del brazo de Keri y en silencio se abrieron camino en la oscuridad de regreso a la propiedad.

En la estructura de dos pisos, un edificio prefabricado de metal, Keri dijo:

–Regresemos.

–No.

–Ray…

–No, vas a dispararle.

–Solo si me da una razón.

–Él ya te ha dado una razón.

–Oh, vamos, Ray.

–No, es por tu bien. Recuerda por qué estamos aquí: para encontrar a Ashley. Somos de Personas Desaparecidas, no justicieros. Además, la fuerza de choque estará aquí en pocos minutos para hacerse cargo de él.

Keri asintió en silencio. Él tenía razón. Ahora necesitaba concentrarse. Había tiempo para revisar las fotos más tarde. Volvieron su atención al edificio que tenían delante. La puerta frontal no tenía pasada la cerradura. Dentro, estaba completamente oscuro.

Keri llamó en voz baja:

–¡Ashley!

No hubo respuesta.

–Quédate aquí y cúbreme —dijo ella—. Voy a comprobar.

–No enciendas ninguna luz.

–No te preocupes. Y dime algo si Cotton intenta largarse.

Diez pasos hacia dentro, no podía ver nada. Sacó su pequeña linterna y lentamente la movió por toda la habitación.

–¡Ashley!

Nadie respondió.

«De ninguna manera podemos estar en un punto muerto. Ella tiene que estar en algún lugar».

Miró en los rincones y detrás de las puertas pero no halló nada. El lugar era amplio y había muchos lugares para ocultarse o ser encerrado. Necesitaban más luz.

Tal y como había pensado, el edificio estaba bañado de luz. Keri agachó la cabeza, sin saber qué estaba pasando. Ray se ocultó tras un barril de cincuenta y cinco galones cerca de la entrada. Ella se dio cuenta entonces de que un vehículo próximo a la casa tenía los faros encendidos. Las luces se movieron en semicírculo y luego desaparecieron por la larga carretera de gravilla en dirección al Camino de Santa Fe.

Keri corrió hacia Ray pero para cuando llegó hasta él, ya estaba hablando por teléfono.

–El sospechoso está conduciendo una furgoneta negra, se dirige hacia el norte por el Camino de Santa Fe.

Hizo una pausa para escuchar a su interlocutor al otro lado de la línea.

–Copia esto. Ninguna evidencia de chica desaparecida en la casa. Se desconoce si el sospechoso está armado. Permaneceremos en el lugar por si regresa. Sands, corto.

Se volvió hacia Keri.

–Era Brody. Está con la fuerza de choque. Dice que Cotton está bajo vigilancia. Al parecer, Hillman está lidiando con otra crisis secreta ahora mismo, pero fue informado de nuestra llamada. No quiere usar la fuerza de choque a menos que sea necesario. Si Ashley no está en ninguna parte de la propiedad, él espera que Cotton nos lleve a su ubicación.

Keri se disponía a responder pero él la interrumpió.

–Sé lo que estás pensando. No te preocupes. Hay seis vehículos siguiéndole el rastro y él está conduciendo una enorme furgoneta negra. No va a escapar, Keri.

–No era eso lo que estaba pensando.

–¿No?

–Bueno, sí, lo era. Pero no tienes que ser tan condescendiente con eso.

–Lo siento.

–Te perdono. Ahora aprovechemos la situación.

Volvieron al edificio metálico de dos pisos. Keri buscó a tientas el interruptor de la luz y la encendió. El lugar cobró vida. Estaba lleno de herramientas y maquinaria de fabricación. Una búsqueda rápida dejó claro que Ashley no estaba allí. Encontraron una palanca y procedieron a abrir cada cobertizo de la parcela. Buscaron en todos. Todos estaban vacíos.

Gritaron a todo pulmón.

–¡Ashley!

–¡Ashley!

–¿Ashley, estás aquí?

No estaba.

Keri se encaminó de regreso a la casa a paso rápido con Ray justo detrás suyo. Empujó con fuerza la puerta trasera, fue directo al armario y lo abrió.

El estante estaba vacío.

La caja de zapatos ya no estaba.

Keri la buscó brevemente antes de que la frustración se apoderase de ella. Cogió la lámpara que estaba en la mesita de la sala y la lanzó contra la pared. La base de cerámica se hizo añicos por todo el suelo. El perro comenzó a ladrar bajo los tablones. Había recobrado su coraje.

Ella se desplomó en el sofá y dejó colgar su cabeza. Ray, que se había quedado en silencio junto a la puerta trasera, avanzó y se sentó junto a ella.

Iba a decir algo, cuando el teléfono de Keri sonó. Ella contestó. Era Mia Penn.

–Detective Locke, ¿dónde está?

–Buscando a su hija, Sra. Penn —contestó ella, tratando de ocultar lo desanimada que se sentía.

–¿Puede venir aquí ahora mismo?

–¿Por qué? ¿Qué está pasando?

–Por favor, venga tan rápido como pueda.

CAPÍTULO OCHO

Lunes

Por la noche

La residencia Stafford era un caos. Keri y Ray tuvieron que abrirse paso con esfuerzo a través del circo mediático para llegar a la casa. Una vez dentro, todavía podían oír el clamor de los reporteros. Un hombre de seguridad, distinto al anterior, les condujo a una inmensa cocina, donde hallaron a Mia llorando y a Stafford caminando de un lado a otro con rabia. En cuanto la vio entrar, Mia se secó las lágrimas y aclaró la garganta.

–Recibimos una larga visita de un tipo que al parecer se encarga de todo en la Comisaría Pacífico —dijo Mia—. Cole Hillman.

–Creo que ahora sabemos cuál era la crisis secreta —dijo Keri a Ray. Luego a Mia—: Sí, ese es nuestro jefe.

–Bueno, dijo que tenía dispuesto un enorme y experimentado equipo y que él personalmente lo lideraría, y que usted hizo un gran trabajo pero ahora está fuera del caso.

–Eso es cierto —dijo Keri.

–Le dije que de ninguna manera —replicó Mia—. Él dijo entonces que usted no tenía experiencia.

Keri asintió. Era cierto.

–Solo hace un año que soy detective.

–Como yo no me rendía, me dijo también que usted no estaba preparada para las presiones de un caso como este, que tenía una hija que había sido raptada hace cinco años y que nunca se recuperó por completo. Él dijo que a veces usted se distrae durante varios minutos seguidos, o piensa que todas las niñas son su hija.

Keri suspiró.

«¿A quién diablos pensaba Hillman que estaba hablándole así a una civil? ¿No era eso alguna clase de violación de los derechos humanos?»

Aún así, no podía negarlo.

–Sí, eso es bastante cierto también.

–Bueno, cuando lo dijo, hizo que sonara como algo malo —dijo Mia—. Pero le diré algo aquí y ahora. Si Ashley continúa desaparecida al cabo de cinco años, eso es exactamente lo que yo haré: ver su cara por todas partes.

–No será así con ella…

–Sí, ojalá, pero ese no es el tema. El tema es que usted lo entiende… que usted entiende lo que está pasando aquí y él no tiene ni idea. Le dije en su cara que no solo le quiero de vuelta en el caso, también quiero que esté al mando. Stafford me respaldó cien por cien.

El senador asintió.

–No habría un caso ahora mismo si no fuera por usted —dijo él.

Keri sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

–Pienso que están subestimando al teniente Hillman.

–Independientemente de eso, Stafford y yo queremos la queremos en el caso y dejamos clara nuestra opinión.

–¿Qué dijo él?

–Dijo que era un asunto complejo, que hace mucho tiempo que es oficial de la ley y que él tiene un conocimiento mucho mayor sobre a quién poner en un caso para que las cosas se hagan que cualquiera de nosotros. Fue cortés, pero al final, básicamente su posición fue que un par de civiles, incluso uno que sea senador, no le iban a decir cómo llevar su departamento.

–Eso tiene mucho mérito.

–Quizás, pero no me importa. Queremos que usted lleve esto y así se lo dijimos.

Keri lo sopesó y negó con la cabeza.

–Mire, agradezco el voto de confianza, pero…

–Pero nada. Por lo que a nosotros respecta, usted está al frente. No vamos a hablar con nadie más.

–¿Qué hay de mí? —preguntó Ray con una sonrisa, en un intento por bajar la tensión en la habitación.

–¿Quién es usted? —preguntó Mia, que al parecer no se había fijado antes en él.

–Este es mi compañero, Ray Sands. Él me enseñó prácticamente todo lo que sé sobre ser policía.

–Entonces creo que puede quedarte —replicó Mia con un tono que sonó algo más sosegado—. Ahora, díganos, ¿qué hay de nuevo… hay algo?

Keri les puso al día sobre lo que había sucedido en casa de Denton Rivers, cómo habían conseguido la matrícula de la furgoneta negra y que acababan de registrar la propiedad del dueño de la furgoneta, un exconvicto de nombre Johnnie Cotton, pero solo constataron que Ashley no estaba allí. No mencionó que el tipo era el camello de su hija o lo relativo a la cámara de seguridad. No quería crear falsas expectativas.

Stafford la miró fijamente y dijo:

–Si estuviera a cargo, ¿qué haría, en este instante?

Ella lo pensó.

–Bueno, estamos siguiendo unas cuantas pistas. No puedo hablar de eso todavía. Pero si no arrojan algún resultado en la próxima hora, pienso que lanzaría una Alerta AMBER. De esa manera, se divulgaría una descripción tanto de Ashley como de la furgoneta negra a través de los medios. Algunas veces la retrasamos si pensamos que esta puede poner en un riesgo mayor al niño. Pero no veo en realidad en este caso ningún inconveniente. ¿Ray?

–No, si las pistas actuales no arrojan nada, publicaremos toda la información relevante y veremos que resulta de ello.

–¿Incluyendo la matrícula? —preguntó el senador Penn.

–Correcto —dijo Ray—, pero como la detective Locke mencionó, necesitamos ver qué saldrá de este par de pistas antes de dar el siguiente paso.

–Tengo entendido que fueron ustedes quienes dieron primero con la furgoneta negra —observó Mia.

–Correcto —contestó Ray.

–Y no Cole Hillman y su enorme y experimentado equipo.

–Sra. Penn… —comenzó a decir Keri.

–Mia. Pienso que puedes llamarme por mi nombre dadas las circunstancias.

–De acuerdo, Mia. Y, por favor, llámame Keri. Sí, Ray y yo encontramos la furgoneta. Pero el teniente Hillman solo está haciendo lo que él cree que es mejor. Estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hija. Intentemos trabajar juntos en lugar de entorpecernos mutuamente, ¿correcto?

Mia asintió.

–¿Cuánto tiempo se lleva lanzar la Alerta AMBER?

–Una vez aprobada, es solo cuestión de minutos —le respondió Ray—. Puedo empezar a gestionarla ahora mismo para que podamos activarla de inmediato, una vez nos den la aprobación.

Mia miró a Stafford buscando apoyo.

Él vaciló.

–¿Stafford?

La duda se leía en su rostro al decir:

–De repente la locura invadió su vida. El teniente Hillman mencionó una tarjeta falsa de identidad, fotos mostrando yerba y… cuerpos desnudos. Mencionó a un tipo nuevo que es mucho mayor que ella. Una parte de mí todavía se pregunta si sencillamente ella se fue de juerga con algún tipo en una furgoneta y está demasiado borracha para ponerse en contacto. Si ella vuelve a casa por la mañana, en estado de embriaguez, después de haberse activado una Alerta AMBER, mi carrera, francamente, se habrá acabado. Joder, considerando el frenesí de la prensa, puede que se acabe de todas formas.

Mia le apretó la mano.

–Ella está en un serio problema, Stafford, puedo sentirlo. No estará deambulando en estado de embriaguez. Ahora nos necesita, en este mismo instante. Necesita todo lo que podamos brindarle. Olvídate de tu carrera y piensa en tu hija. Si resulta que fue raptada y nosotros no hicimos nada de esto, nunca te lo perdonarías.

Él suspiró, sopesando las opciones por última vez, miró entonces a Keri y dijo:

–Pongámonos en marcha, entonces. Si es que podemos.

–Vale —dijo Keri—, sigamos las últimas pistas. Si nada se materializa, activaremos la alerta en una hora. Tenemos que partir.

–¿Puedo al menos ofrecerte algo para comer antes de que te marches? —preguntó Mia—. ¿Cuándo comiste por última vez?

Casi al escuchar la pregunta, el estómago de Keri comenzó a protestar. No había comido nada desde el almuerzo, hacía nueve horas. Además, los tragos en el bar le habían producido un ligero dolor de cabeza. Miró a Ray y supo que él estaba pensando lo mismo.

–Unos sándwiches tal vez, si no es mucho problema —dijo él—. No podemos hacer nada hasta tengamos respuesta de Brody.

–¿No podéis decirnos cuáles son esas pistas a las que hacéis referencia? —preguntó el senador Penn.

–Todavía no. Podrían ser útiles. Podrían no ser nada. No queremos que se suban a una montaña rusa emocional aparte de esa donde ya están.

–Odio las montañas rusas —musitó Mia sin dirigirse a nadie en particular.

Diez minutos más tarde, mientras terminaban de engullir sus sándwiches, el móvil de Ray sonó.

–Sands al habla —dijo él con la boca llena. Escuchó atentamente durante un minuto, mientras todos los demás permanecían en silencio. Cuando colgó, se dirigió a ellos. Keri supuso que serían malas noticias antes de que empezara a hablar.

–Siento decir que nuestras pistas no arrojaron nada. Teníamos a un equipo de vigilancia siguiendo a Johnnie Cotton mientras circulaba en su furgoneta por la ciudad. En algún momento él los detectó y ellos tuvieron que detenerlo. Ashley no estaba en la furgoneta. Él está ahora mismo en la comisaría.

–¿Lo están interrogando? —preguntó el senador Stafford.

–Estaban, pero empezó a solicitar un abogado casi desde el principio. Él ya ha estado en esta situación. Sabe que no gana nada con hablar.

–Quizás se mostraría más receptivo si la detective Locke tuviera una conversación con él —sugirió el senador Penn.

–Quizás… ella es buena para los interrogatorios, pero no creo que Hillman se decida por ello. Ya hay suficiente presión en este caso y no creo que él quiera hacer nada que ponga en riesgo una condena.

–El teniente Hillman me dejó sus tarjeta . Creo que la usaré. ¿Por qué vosotros dos no vais a la comisaría? Tengo el presentimiento de que para cuando lleguéis allí, él habrá cambiado de opinión.

–Senador, con el debido respeto, una vez que un sospechoso pide un abogado, es una carrera contrarreloj. Solo puedes retenerlo el tiempo justo antes de que se vea como una grave violación de sus derechos.

–Entonces mejor que os deis prisa en llegar allí—. Los miró con tanta certeza que no pudieron evitar preguntarse si era posible. Keri miró a Ray, que se encogió de hombros.

–Vamos —dijo él—. Nada se pierde con probar.

Se dirigieron a la puerta, escoltados de nuevo por un guardia de seguridad. Ya casi estaban fuera cuando Mia corrió detrás de ellos. Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, Keri se le adelantó.

–No te preocupes, Mia. Ordenaré el Alerta AMBER tan pronto como subamos al coche. Pronto la traeremos de vuelta.

Mia le dio un pequeño abrazo, luego hizo señas al guardia de seguridad para que les ayudara a abrirse camino entre el mar de reporteros, más allá del portón. Con sus preguntas a gritos y las brillantes luces de sus cámaras, los reporteros parecían ahora unos chacales. Pero muy pronto, podrían ser una herramienta útil para hacer que una adolescente regresara a casa con su familia.

«¿Por qué tengo este mal presentimiento en la boca del estómago?»