Jesucristo, el Hacedor de Discípulos

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Jesucristo, el Hacedor de Discípulos
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JESUCRISTO EL HACEDOR

DE DISCÍPULOS

Copyright © 1.988 por Hill Hull

Originalmente publicado en inglés bajo el título The Disciple-Making Pastor por Fleming H. Revell, una division de Baker Publishing Group

Grand Rapids, Michigan, 49516, U.S.A.

Todos los derechos reservados.

Esta edición es publicada por

Ediciones Berea

para el mundo hispano.

Todos los derechos reservados.

A menos que se especifique, todas las citas bíblicas son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional 1.999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro puede ser duplicada, copiada, transcrita, traducida, reproducida o almacenada, mecánica o electrónicamente, sin previa autorización de

Ediciones Berea

Editor General: Héctor Hernán Gómez Iriarte

Traducción: Adriana Marcela Aranguren Medina

Diseño General: Catherine Niño

Primera edición en castellano: 2.008 por Ediciones Berea.

Calle 100 No.49-97 Int. 12-418. Tel.: (571) 257 8886

Bogotá D. C., Colombia.

www.edicionesberea.com

ISBN: 978-958-44-1042-9

Impreso en Colombia

DEDICATORIA

Gracias a ti, Jane,

Por los veinte años más increíbles.

AGRADECIMIENTOS

Estoy muy agradecido con el gran grupo de escritores del discipulado que me han precedido, especialmente con Robert Coleman y Elton Trueblood.

Contenido

Introducción

Introducción a la EDICIÓN HISPANA

Parte

Vengan y Vean

Capítulo

El Hambre del Corazón

Capítulo

Ojos que Empiezan a Ver

Capítulo

Una Persuasión Creativa

Parte

Vengan y Síganme

Capítulo

El Sabor del Nuevo Vino

Capítulo

Confirmación del Llamado

Capítulo

Con Ambos Pies en el Mundo Real

Capítulo

Nuestra Fuerte Unión Espiritual

Parte

Vengan y Quédense Conmigo

Capítulo

Es para Toda la Vida

Capítulo

Una Obra de Amor

Capítulo

Siendo más como el Maestro

Parte

Permanezcan en Mí

Capítulo

El Carácter de un Líder

Capítulo

Unidos con Dios

Introducción

“Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: ‘Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.’”

Mateo 28:18-20

Antes de su ascensión al cielo, Jesús les dio a sus discípulos estas prácticas directrices para la Iglesia. Esta es la Gran Comisión. Esencialmente, Jesús estaba pidiéndole a sus seguidores esparcir la palabra de salvación por todo el mundo. Pero es interesante que la acción del texto no se centre en ir. Los verbos ir, bautizar y enseñar están todos subordinados a la acción del verbo principal en este pasaje: el mandato de discipular o (del griego) hacer discípulos. El plan primordial de Dios para la iglesia es que los discípulos de Jesús conviertan a otros hombres y mujeres en discípulos!

Probablemente no hay otro caso de negligencia en la iglesia de hoy más importante que nuestro fracaso en cumplir el mandato del Señor de hacer discípulos. Debido a este tremendo descuido, muchos cristianos piensan que son una audiencia que debe ser entretenida en lugar de una armada lista a marchar. La iglesia del primer siglo, compuesta por una minúscula banda de gente comprometida, puso al mundo del poderoso Imperio Romano de rodillas. Sin embargo, en la iglesia de nuestro tiempo, siendo muchos, parece que hemos permitido que la cultura mundana nos discipule en su manera de pensar.

Sólo una minoría de iglesias está enfocada en lo que deberían estar haciendo, lo cual parece increíble a la luz de semejante estrategia directa ordenada por nuestro Comandante en Jefe espiritual. La iglesia en general ha ignorado su orden de marchar. No es que los cristianos estén deliberadamente evadiendo el plan de Dios para la iglesia; más bien, nos hemos enfocado en el lugar incorrecto.

Ya que el discipulado ciertamente es el principal enfoque de la comisión que se nos ha dado, debemos dejar de tratar de aliviar nuestra culpa añadiéndolo a nuestra actual estructura como un programa subordinado. El discipulado debe funcionar como el corazón del ministerio de la iglesia. De hecho, muchos programas deberían ser evaluados a la luz de si están o no contribuyendo a la formación de discípulos.

La palabra griega para discípulo (mathētēs), significa aprendiz, pupilo, alguien que aprende por seguimiento. La palabra implica un proceso intelectual que afecta directamente el estilo de vida de una persona. Es usada en el Nuevo Testamento principalmente al hablar de los Doce. Sea lo que sea, hacer discípulos fue lo que Jesús mismo hizo, y, ser discípulos, fue lo que los Doce fueron.

Un discípulo es diferente a un anciano, aunque incluso los ancianos deberían ser discípulos. Un discípulo también es diferente a un santo, aunque cualquiera que es un verdadero discípulo es un santo. Un discípulo no es sólo un miembro de la iglesia, pero pertenecer a la iglesia es ciertamente importante para los discípulos.

Los discípulos abarcan categorías como la edad, intereses, dones espirituales y formación teológica. El obrero de la fábrica, el profesor universitario y la ama de casa, todos son llamados a ser discípulos y a hacer discípulos; no es algo del dominio exclusivo del pastor. Cristo quiere usar a la totalidad de su cuerpo en el proceso del discipulado. Pero, por qué? Qué hay acerca de los discípulos que es tan crucial para la vida y la obra de la iglesia?

La respuesta se encuentra en una conocida ilustración dada por Jesús en la víspera de su crucifixión. “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos” (Juan 15:7-8). En este pasaje vemos cuatro características que definen a un discípulo. Primera, él o ella permanece. Alguien es un discípulo sólo si permanece en Cristo, caminando consistentemente con Él. Ninguna parte del Nuevo Testamento exige perfección en esta vida. Sin embargo, exige progreso en la vida cristiana. Crecemos mientras nos sumergimos en el mensaje de Dios para nosotros, pues la Escritura es el latido mismo de Dios. Por lo tanto, mientras elevamos nuestro mensaje a Él en oración, el proceso de diálogo espiritual se vuelve más completo.

La segunda característica principal de un discípulo es la obediencia. En varias ocasiones que he leído silenciosamente el pasaje de la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), intencionalmente omito una palabra clave. Generalmente la omisión pasa desapercibida, por lo que la palabra obedecer ha sido conocida como la gran omisión en la Gran Comisión. La gran omisión es que realmente no hemos hecho discípulos si no les hemos enseñado a obedecer. No hay discipulado sin entrenamiento y no hay entrenamiento sin seguimiento. Ciertamente Dios quiere nuestro amor, pero el amor es primero un verbo, una acción que es demostrada a través de la obediencia (Juan 14:21).

 

La tercera característica básica de un discípulo es que él o ella dan fruto espiritual. Si una persona permanece en Cristo, se afirma en la Palabra de Dios y la oración y vive de manera obediente, inevitablemente da fruto, tanto en actitud como en acciones. Para un discípulo es inconcebible no dar fruto como para un árbol saludable de manzanas no dar su cosecha natural. Un discípulo se reconoce por los resultados que produce en su propia vida y en la vida de otros.

La cuarta insignia básica de un verdadero discípulo es que él o ella glorifican a Dios. Tal vez nuestra principal meta espiritual sea darle a Dios la gloria que Él merece. Pero nosotros honramos mejor al Señor al obedecer su principal directriz para la iglesia: hacer discípulos. No hay otra tarea o inversión de nuestra energía tan crucial como esta.

Pero, cuál es la mejor manera de hacer discípulos? Ajá! Ese es el asunto! Vamos a lanzarnos juntos a responder este crucial interrogante. Y qué mejor manera de aprender lo que realmente significa ser un discípulo que ser instruidos por el mismo primer hacedor de discípulos!

Regresaremos en el tiempo, poniéndonos las sandalias de los primeros discípulos. Nuestro Instructor no nos enseñará acerca de los programas de la iglesia, los cuales son rápidamente modificados en medio de los cambios. Ni nos distraerá con argumentos y fábulas teológicas. En lugar de eso, Jesús de Nazareth nos enseñará principios que trascienden el tiempo y la cultura, principios de discipulado que pueden funcionar en cualquier lugar y bajo cualquier condición. Sí, todos debemos ser discipulados, no por alguien que puede haber olvidado la esencia de esos principios vitales sino por el Maestro mismo.

Introducción a la EDICIÓN HISPANA

Ahora estamos profundamente convencidos de que el restablecimiento de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes.

George Orwell

Yo soy el maestro de lo obvio, diría yo de nuevo 20 años más tarde. Jesús no ha cambiado su pensamiento y yo tampoco; Él nos pide que hagamos discípulos y continúa siendo nuestro mejor modelo.

Por qué nuestro discipulado se desarrolla sólo al “interior de la casa” y no es reproductivo? Esta es la pregunta que me ha ocupado por casi 20 años, después de la publicación de Jesucristo, Hacedor de Discípulos. En 1984, cuando Orwell dijo que el Gran Hermano tomaría nuestras vidas, mi primera obra sobre la labor primordial de la iglesia fue lanzada al público lector. Desde entonces, cerca de 100.000 personas la han leído y me siento agradecido de que este libro siga cambiando vidas. Digo la “labor primordial de la iglesia,” porque yo aún no he cambiado mi creencia que hacer discípulos es de hecho la primordial y exclusiva labor de la iglesia. Que la iglesia esté hoy más débil que nunca y se esté reduciendo, es la evidencia de que nosotros aún no lo hemos entendido. Las soluciones rápidas y abreviadas ocupan toda nuestra energía y mucho de los recursos renovables de la iglesia.

Tenemos nuestras áreas fuertes y mucho para celebrar y yo me he beneficiado de ello. Incluso, nos consumimos en ello cuando es el momento de penetrar nuestra cultura y aún nuestras mejores iglesias no están aprovechando al máximo su discipulado. George Barna escribe, “un poco más del 60% de adultos nacidos de nuevo no tienen metas para su crecimiento espiritual y han fallado en desarrollar estándares contra los cuales medir su desarrollo o en establecer procedimientos para ser considerados responsables de sí mismos.”1 Falta visión, intencionalidad, un plan y una relación de responsabilidad; estas son el verdadero centro del discipulado.

Yo pienso que el problema radica en que hemos aceptado una cristiandad sin discipulado que conduce a un sinnúmero de cambios, actividades y conferencias, pero no a transformaciones duraderas. Por transformación quiero decir un cambio consistente a largo plazo en la semejanza de Jesús, de manera que nos posicionemos para romper los antiguos estándares y hábitos que retardan nuestro crecimiento. En los últimos 20 años he escrito otros nueve libros, he sido pastor de dos iglesias y he fundado una red internacional de entrenamiento. Yo puedo decirle con certeza que hay una búsqueda desesperada entre los líderes de la iglesia de algo más importante que lo que se está ofreciendo normalmente. Hemos encontrado que el crecimiento de la iglesia no satisface al alma; tampoco el respaldo a nuestros sermones o los proyectos terminados. Hay un movimiento en nuestra tierra guiado por el hambre de intimidad con Dios. Hay un creciente consenso de que la Gran Comisión tiene que ver tanto con profundidad como con estrategia.

Yo me he preguntado, he orado y hablado con muchos líderes acerca de cómo mejorar la situación. Con un gran acuerdo de que algo necesita hacerse, miles de organizaciones y consultores de iglesias están comprometidos a renovar las 350.000 iglesias en América. Hay muchas opiniones. Algunos insisten en que todo está perdido sin un reavivamiento; la iglesia sólo debería orar. No pienso que la palabra “sólo” debiera estar junto a la palabra “orar.” También creo que sólo orar es tan pecado como sólo trabajar sin orar. Hay quienes “oran y esperan,” y los que “planean y hacen,” pero el balance que se necesita está en “orar, planear y luego ir y hacer” discípulos. Otros proclaman que deberíamos abandonar la pasividad y comenzar nuevas iglesias, dejando que las malas iglesias se extingan por sí mismas. Se estima que 50.000 iglesias cerrarán antes del final de la década. Bravo! Divise el paisaje con miles de nuevas iglesias que promueven los valores del reino. Aún así, ellas también se calcificarán sin el compromiso primario de una transformación personal.

Desde 1994, el porcentaje de evangélicos en Estados Unidos ha decaído del 17% al 12%. Solía decirse que más del 80% de las iglesias locales estaban decayendo; eso no ha cambiado. La razón es que hemos insistido en ir demasiado rápido y estar demasiado programados. Nuestra necesidad de éxito es tan fuerte que hemos tomado una serie de atajos que han generado un crecimiento numérico a corto plazo en lugar de creyentes maduros. Hemos aceptado la adición en lugar de la multiplicación. De esa manera crecemos y luego caemos. Es como palear arena contra la marea.

Yo he hecho una carrera aparte de ser el maestro de lo obvio, por lo tanto déjeme decírselo una vez más. Seguir a Jesús es ser un hacedor de discípulos. Hacer lo que Jesús hizo es la respuesta a nuestras preguntas y la solución a nuestros problemas. Debo repetir lo que dije en 1984: Seguir y escuchar a Jesús, son elementos esenciales para un ministerio efectivo.

Haciendo lo que Jesús Hizo

Hay tres dimensiones para hacer lo que Jesús hizo. Yo las menciono aquí no en orden de importancia sino de acuerdo a lo que me propongo en esta discusión. Lo primero es hacer lo que Jesús hizo en su ministerio de poder. En el Aposento Alto, Jesús prometió a sus seguidores que ellos harían las mismas cosas que Él había hecho e incluso las harían mayores (Juan 14:12-14).2 La segunda dimensión es hacer lo que Él hizo en la práctica de una transformación personal, su práctica de oración, silencio y soledad, ayuno, frugalidad, castidad, servicio y mayordomía. La tercera dimensión es hacer lo que Él hizo mientras estuvo con aquellos que lo siguieron.

Hace 20 años, yo introduje en este libro cuatro fases a través de las cuales Jesús guió a sus seguidores: Vengan y Vean, Vengan y Síganme, Vengan y Quédense Conmigo, y, Permanezcan en Mí. Las lecciones de liderazgo que yo descubrí a partir de estas fases son acerca de la técnica y el tiempo requeridos para entrenar a otros. Ellas nos proporcionan un proceso segmentado y secuencial. Es segmentado porque cada una tiene sus propias características; es secuencial porque una persona puede pasar a través de ellas, siendo al principio un nuevo creyente y convirtiéndose eventualmente en un líder.

Ignorar a Jesús en cualquiera de los cuatro niveles es desastroso y nuestra ignorancia de las lecciones de entrenamiento explica por qué no estamos avanzando en la Gran Comisión como se debe. Aún se necesita una iglesia de cien miembros, un pastor, y, USD$100.000 al año para convertir a alguien. Entre los evangélicos, este porcentaje es un poco mejor: 1,7 conversiones al año por cada 100 asistentes al culto. Esta es una horrible evidencia que debería dolernos a todos.3 Cualquier negocio en condiciones similares se habría declarado en bancarrota hace tiempo. Permanecemos en el “negocio” sólo a causa del compromiso de Jesús de sostener la iglesia.

Al revisar los principios de este libro, sabrá cómo tratar a la gente con la que trabaja en cada nivel de madurez. Anteriormente afirmé que en los últimos 20 años el discipulado evangélico ha sido demasiado rápido y programado. Esto ha conducido a un discipulado “hacia dentro” y no reproductivo y esa es la razón por la cual domésticamente estamos perdiendo terreno en la Gran Comisión. La iglesia alrededor del mundo está floreciendo, pero en los Estados Unidos aún estamos dándole vueltas al cubo de Rubik en nuestras manos, tratando de encontrar la fórmula. Sugiero volver a la posición original para encontrar la respuesta.

Retrocediendo en el Futuro

Qué oyeron Pedro, Santiago, Juan y Felipe, cuando Jesús dijo, “Hagan Discípulos”? Apuesto que no fue “Vayan durante dieciséis semanas y llenen los espacios en blanco del estudio bíblico.” Para entender lo que fue el discipulado en el primer siglo, debemos retroceder lo suficiente para restaurar el contexto. Juan el Bautista tenía discípulos y también los fariseos. Era común que los jóvenes fueran orientados por alguien y que siguieran a quienes los inspiraban. Cada joven judío de trece años había estudiado y memorizado gran parte del Pentateuco y los Profetas. Si estaba entre los mejores y más brillantes, sería aceptado en una escuela rabínica, donde estaría bajo la autoridad de su maestro. Si no estaba entre los mejores de su clase, podía volver a la vocación de pastor, pescador, carpintero o granjero.

Había cinco características de la escuela rabínica:

1. El discípulo decide someterse a su maestro.

2. El discípulo memorizaría las palabras de su maestro.

3. El discípulo aprendería la manera de ejercer el ministerio de su maestro.

4. El discípulo imitaría la vida de su maestro.

5. El discípulo debería encontrar a sus propios discípulos.

La tradición rabínica era muy estricta. Los estudiantes tenían muy poca libertad y cuando se graduaban debían seguir una carrera como maestros. Muchos empezaban sus propias academias o grupos de discípulos. Estos quedaban unidos de por vida a la interpretación de las Escrituras de su maestro y se esperaba que multiplicaran las tradiciones.

Jesús no era un producto del sistema y escogió a sus seguidores fuera del sistema. Los discípulos de Jesús supieron que Él era diferente al estar alrededor de Él y escuchar sus enseñanzas. En una ocasión, Él incluso les enseñó por qué y cómo ellos debían ser una raza diferente de discípulos.

Un Puente desde el Siglo I al XXI

Jesús usó a los fariseos como un ejemplo de cómo no discipular a otros. Él explicó por qué su entrenamiento era abusivo, egoísta e hipócrita (Mateo 23:1-7). Ellos representaban la manera tradicional de influenciar a otros, pero Jesús ofreció una alternativa. Él construyó entonces el puente para nosotros.

“Pero no permitan que a ustedes se les llame “Rabí”, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, y él está en el cielo. Ni permitan que los llamen “maestro”, porque tienen un solo Maestro, el Cristo. El más importante entre ustedes será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Mateo 23:8-12

Ellos eran hermanos y estaban para servir a otros, no eran señores ni estaban por encima de otros. Ellos tenían sólo un maestro y ese era Cristo. Ellos no fueron llamados para abrir la Escuela de Juan, de Pedro o de Santiago. El propósito de sus enseñanzas era producir más seguidores de Cristo. Jesús enseñó el poder de la humildad de espíritu y la sumisión en la comunidad. Esta es la manera de conseguir la fuerza transformadora: practicar una fe que transforma. Adoptar las cinco características de un discípulo del primer siglo, como alguien transformado por Jesús, es el secreto de la transformación personal que conducirá a la transformación de la iglesia, la cual a su vez traerá como consecuencia la transformación cultural.

 

1. Un discípulo se somete a un líder que le enseña a seguir a Jesús.

Esto es lo que rescata al discipulado de ser un proceso sin resultados. Lo he dicho muchas veces: usted no puede hacer discípulos sin responsabilidad y no puede tener responsabilidad sin estructura. La instrucción de Jesús fue: “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28:20).

Uno de los hallazgos de George Barna es que la mayoría de la gente en grupos pequeños está satisfecha con el proceso sin importar el progreso.4 Cuando digo que nuestro discipulado es demasiado rápido y programado, hablo de una falta de sumisión en los grupos, grandes o pequeños. Sin humildad no hay sumisión y sin sumisión, otros no pueden hablarle a mi vida. Así la gente puede ir a través de programas y estudios bíblicos, pero sin hacerse responsables por su transformación personal. Muchas personas y pastores han navegado a través del mejor entrenamiento financiero que se puede recibir, pero mantienen intocables sus más profundos secretos. Estoy en una comunidad donde puedo compartirlo todo. Sé que soy amado y aceptado y que todas mis confesiones se mantendrán de manera confidencial. Dentro de ese pequeño círculo yo puedo caminar en la luz y ese es el lugar más seguro donde puedo estar. No hay superficialidad, sólo un diálogo abierto y honesto. Los Quákeros tienen lo que ellos llaman una misión clara: gente que puede ayudarnos a encontrar claridad en la dirección de Dios. El círculo de creyentes al que pertenezco es como eso. Sólo cuando hablo acerca de las barreras en mi obediencia, de los pecados que me mantienen en derrota, es que yo remuevo las barreras para mi transformación.

2. Un discípulo aprende las palabras de Jesús.

Somos buenos en esto. Hay maravillosas enseñanzas bíblicas disponibles para cualquiera que esté interesado. El promedio de los hogares americanos tiene cuatro ejemplares de la Biblia; los hogares evangélicos tienen más, además de radio y televisión cristianas, videos y otros recursos similares. Nuestro conocimiento está creciendo, pero es menos significativo. Los estudios sobre la conducta cristiana muestran poca diferencia entre el comportamiento de los cristianos y el de la población en general.5 Pienso que esto se debe a nuestra deficiente comprensión de lo que un maestro hace y lo que un estudiante aprende.

Desde un principio, los maestros espirituales se han acostumbrado a hacer la pregunta incorrecta: “Cómo quiere que le enseñe?” Con este criterio y un ego frágil, los maestros y predicadores cristianos entran en el mundo religioso. El que escucha está atento a lo que el maestro dice y el maestro espera elogios de quienes lo escuchan. El logro del objetivo para el que escucha es medido por las expectativas hacia las que ha sido estimulado o cuánto placer experimenta al ser tocado emocionalmente. El maestro se siente exitoso cuando es colmado de elogios que satisfacen su necesidad de afirmación. Esto es algo bueno que causará polémica.

Cualquier persona conectada a la realidad preferiría mucho más escuchar un mensaje estimulante y motivante que cualquier otra cosa. Es algo maravilloso para quien escucha y es bendecido, elogiar el duro trabajo del maestro. Pero todo esto pasa por alto la importancia de aprender las palabras de Jesús. La pregunta correcta que tanto el maestro como el alumno debieran hacer es, “Estoy aprendiendo?” Y aprender significa aplicar; el aprendizaje es transformación, es crear una nueva actitud y comportamiento en el interior de la persona. Jesús definió el aprendizaje de esta manera: “Mi enseñanza no es mía sino del que me envió. El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16-17). Aprender las palabras de Jesús es vivirlas. Veamos por ejemplo cómo definió Jesús la fe: “Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga” (Lucas 9:23).

La fe es definida por la acción; se refleja en el comportamiento. La fe es la acción sostenida por la creencia. Debemos remover el velo de nuestros sistemas teológicos y permitir que sea Jesús quien nos enseñe. Hemos hecho del llamado a la salvación algo doctrinal, una aceptación simplemente intelectual de una serie de enseñanzas. Cuando Jesús dijo, “niégate a ti mismo y sígueme,” Él impactó nuestro sistema teológico. Sí, creo que la salvación es por la fe y es un acto de la gracia de Dios pero lo que hace evidente la salvación es el comportamiento. Cuando Jesús le hablaba a las multitudes, explicaba el significado de sus palabras a sus discípulos más tarde. Luego los ayudaba a vivirlas y creaba experiencias para que fueran probados. Aprender el poder y la verdad de las enseñanzas de Jesús es de lo que trata Jesucristo, el Hacedor de Discípulos.

3. Un discípulo de Jesús aprende la manera en que Jesús ejerce su ministerio.

Anteriormente mencioné las tres dimensiones de hacer lo que Jesús hizo: ejercer un ministerio de poder, perseguir hábitos de su vida para una transformación personal, y, entrenar a otros para ser discípulos de Jesús. El discipulado en el siglo XXI está basado en los mismos principios. La civilización ha hecho progresos en las comunicaciones y la ciencia, pero la base moral desde la cual cada ser opera es tal cual le fue dada a Adán y a Eva en el Edén. Jesús vivió su vida delante de sus seguidores y ellos la adoptaron; Jesús fue contagioso.

La gente de mi raigambre teológica, evangélicos moderados, han hecho un buen trabajo de comprensión de las técnicas de entrenamiento de Jesús. Luego hay un segmento que llamaremos carismáticos, que han capturado la dimensión de poder. Y muchas iglesias influyentes, entre ellas la católica, han sido pioneras en desarrollar las disciplinas espirituales.

Un movimiento muy excitante se está tramando, que me da mucha esperanza. Algunos lo llaman formación espiritual, otros un nuevo orden o metodismo; yo lo llamo discipulado global. Es un movimiento que combina las tres dimensiones de lo que Jesús hizo: ejercer su poder, desarrollar su carácter y usar sus técnicas de discipulado. Esto, creo, es una muestra de poder que debería preocupar al maligno. La enfermedad del Cristianismo Occidental es la necesidad patológica de dirigir y controlar nuestro entorno, pero cada vez más gente está empezando a dejar el control y seguir a Jesús y sus métodos. Alrededor del globo, hombres y mujeres están empezando a seguir a Cristo por primera vez.

Personalmente, he renunciado a estar en control de mi propia vida; esta es mi mejor manera de negarme a mí mismo. Ahora estoy comprometido a seguir a Jesús, pidiéndole que cree un ministerio delante de mí del que yo pueda hacer parte. Aprender sus métodos como un discípulo es una nueva pero gratificante manera de vivir. Es un especial estilo de vida que debe ser elegido y que está lleno de frustración porque siempre estoy buscando tener el control.

4. Un discípulo imita la vida y el carácter de Jesús.

Los discípulos quisieron vivir la vida que Jesús les mostró. Ya he mencionado cómo ellos fueron atraídos a su vida de oración y poder. Ellos no se sentían, por supuesto, tan atraídos a su sufrimiento, sus largos períodos de soledad y sus confrontaciones con poderosos miembros del establecimiento. El misterioso proceso que continuó en ellos y continúa en nosotros, llamado formación espiritual, es descrito por Pablo: “Queridos hijos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes” (Gálatas 4:19). Cuando intencionalmente tomamos parte en las mismas disciplinas que Cristo practicó durante su vida en la tierra, el carácter de Cristo, conocido también como el fruto del Espíritu, se desarrolla gradualmente en nosotros. Estos quince a veinte hábitos sirven para transformar nuestro interior. Es posible para nosotros aceptar los pensamientos de Jesús y sus sentimientos. Aún cuando siempre habremos de contender con la carne, Dios puede cambiar nuestros deseos y su vida en nosotros puede eliminar los impulsos más oscuros.

Piénselo de esta manera: El domingo del Super Tazón, una hora antes del juego los jugadores llegan al campo a calentar y entrenar. Pero millones de espectadores no están dispuestos a ver flexiones, levantamiento de piernas y saltos. Algunas personas pueden tener interés en cómo los atletas se preparan para la competencia, pero muchos sólo quieren ver el juego.

Las disciplinas espirituales son para la transformación, lo que la calistenia es para el deporte. El propósito del fútbol no es la calistenia, pero los ejercicios especiales preparan a los jugadores para mejorar su competencia. Es lo mismo para quienes somos discípulos de Jesús. Esto se llama la ley de la preparación indirecta y no es opcional si planeamos crecer a la semejanza de nuestro Señor. Los jugadores se preparan de tal manera que puedan hacer lo que necesitan hacer, cuando necesiten hacerlo en la manera en que deba ser hecho. Es el último tiempo, el juego está empatado y los jugadores están pasando despacio. Ciertos jugadores llegan a la cima y hacen los grandes juegos porque tienen la habilidad, la resistencia y la disciplina mental para hacer un mejor juego que el oponente.

Ahora, en la iglesia tenemos a muchos que no pueden hacer lo que necesita ser hecho (servir en la obra de la Gran Comisión), cuando necesite ser hecho (ahora), de la manera en que necesita ser hecho (con pasión, tocando a la gente donde ellos viven). Hemos encontrado demasiadas formas de ser cristianos sin ser semejantes a Cristo. El cambio debe empezar con los líderes de la iglesia que están deseosos de arriesgar y profundizar en lugar de intentar un nuevo programa. Recuerde, cuando llegue a discipular, que somos demasiado ligeros y programados.