La vuelta a España del Corto Maltés

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La vuelta a España del Corto Maltés
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LA VUELTA A ESPAÑA DEL CORTO MALTÉS


Álvaro González de Aledo Linos

LA VUELTA A ESPAÑA DEL CORTO MALTÉS

(De Santander a Santander

en un velero de 6 metros)

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2012

LA VUELTA A ESPAÑA DEL CORTO MALTÉS

Álvaro González de Aledo Linos

Diseño de portada: Pablo González de Aledo Marugán y Luis Villarubia Mediavilla

Iª edición

© ExLibric, 2013.

Editado por: ExLibric

Avda. El Romeral, 2. Polígono Industrial de Antequera

29200 ANTEQUERA, Málaga

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Fax: 952 84 55 03

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Internet: www.exlibric.com

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reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica.

ISBN: 978-84-942027-3-5

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y cualificación S. L.

Índice

Portada

Título

Copyright

Índice

Dedicatoria

Agradecimientos

Capítulo 1 Introducción.El porqué de este lío

Capítulo 2 Los largos preparativos

Capítulo 3 Por fin la salida y las primeras millas, hasta Galicia

Capítulo 4 Los primeros puertos gallegos,las Rías Altas

Capítulo 5 La costa gallega hasta las islas atlánticas

Capítulo 6 Las primeras islas atlánticas de Galicia: Sálvora y Ons

Capítulo 7 La ría de Vigo y las islas Cíes y San Simón

Capítulo 8 El descubrimiento de Portugal

Capítulo 9 Las islas Berlengas y un nuevo tripulante hasta el estuario del río Tajo

Capítulo 10 La larga marcha hasta el Algarve

Capítulo 11 Remontando los ríos Guadiana y Guadalquivir

Capítulo 12 El paso del estrecho de Gibraltar

Capítulo 13 Las primeras etapas del Mediterráneo

Capítulo 14 El tramposo Cabo de Gata y la Costa Blanca

Capítulo 15 ¡Por fin en Murcia!

Capítulo 16 Descubriendo el mal llamado Mar Menor

Capítulo 17 El río Segura y la isla de Tabarca

Capítulo 18 Una joven tripulante

Capítulo 19 El peligroso delta del Ebro

Capítulo 20 La Costa Brava sin Alicia

Capítulo 21 Desarbolando el Corto Maltés y descubriendo los canales

Capítulo 22 La llegada de las chicas y el primer susto en una esclusa

Capítulo 23 De escluseros, coipos y un periodista francés

Capítulo 24 Esclusas descendentes y descubrimiento del canal lateral del Garona

Capítulo 25 Como el amazonas pero en Francia

Capítulo 26 El descenso del Garona y la despedida de las chicas

Capítulo 27 Entrada de alta tensión en Pauillac para levantar el palo

Capítulo 28 De nuevo en el Golfo de Vizcaya para la etapa más larga

Capítulo 29 De vuelta a casa

Capítulo 30 La vida diaria

Capítulo 31 Nuestro resumen, conclusiones y balance personal

Anexo 1 Escalas y millas recorridas

Anexo 2 Transcripción de las dibucartas

Epílogo

ÁLVARO GONZÁLEZ DE ALEDO LINOS

LA VUELTA A ESPAÑA DEL CORTO MALTÉS

(De Santander a Santander

en un velero de 6 metros)

A los otros tres de mi familia.

O sea que la felicidad

era esto…

Agradecimientos

A Luis Espejo Barbosa, compañero de navegación, sin cuyo apoyo no hubiera sido posible esta aventura.

A las otras personas citadas en las páginas siguientes, especialmente las que nos acompañaron en alguna de las etapas del viaje, pues contribuyeron a que esta vuelta a España haya sido una experiencia maravillosa e irrepetible, el mejor viaje de nuestras vidas.

A mi madre y a Mario Rodríguez Tamayo, que conocían nuestros planes pero a quienes ya no puedo contárselo.

Capítulo 1

Introducción.

El porqué de este lío

El mar ocupa una parte muy importante de nuestro tiempo libre y nuestra vida. Luis y yo somos Capitanes de Yate y hemos navegado desde niños, acumulando entre ambos unas 50.000 millas navegadas, incluyendo 3 travesías del Atlántico, varias campañas en el motovelero “Zorba” de Greenpeace, y diversas navegaciones por la cornisa cantábrica, las Baleares y el Mediterráneo. Desde 2003 organizamos una actividad de vela con niños enfermos del hospital Valdecilla, fundamentalmente de oncología, en la que han participado 65 niños y 30 barcos, y con los que hemos realizado casi 200 navegaciones. Y finalmente ambos somos propietarios de veleros pequeños (un Tonic 23 y un Sun 2000) con los que navegamos habitualmente por el Cantábrico, tanto en invierno como en verano, lo que nos ha permitido habituarnos a la navegación en un velero pequeño con todo tipo de tiempo.

A cualquier navegante la lectura de libros de viajes y navegación le despierta la inquietud de realizar navegaciones lejanas. La posesión de un velero pequeño suele ser una disculpa para no intentarlas, argumentando el riesgo que supone afrontar las grandes olas o los vientos fuertes de alta mar, para los que supuestamente no está preparado. Pero hay multitud de ejemplos de marinos que, en unidades pequeñas, han llegado a dar la vuelta al mundo. El intento más reciente es el del marino sueco Sven Yrvind que va a intentarlo, a los 73 años de edad, con un barquito de tres metros de eslora construido por él mismo. Este marino tiene un curriculum de varias navegaciones oceánicas en barcos de alrededor de 5 metros de eslora. Por otra parte varios marinos han dado la vuelta al mundo en unidades de 7 metros.

Siempre se ha dicho que “barco pequeño, pequeños problemas”, y sigue siendo cierto. Tenemos muchos amigos con barcos grandes que dedican más tiempo al bricolaje y a resolver los múltiples problemas de la electrónica, del motor, etc., que a navegar. Y no suele molestarles, porque también con eso se disfruta de un barco. Pero en nuestro caso lo que nos hace disfrutar es precisamente “navegar”, salir del puerto y disfrutar de la soledad y el silencio del mar, y los trabajos de mantenimiento son la obligación necesaria. Pero además la bahía de Santander tiene unas peculiaridades que añaden valor a los barcos pequeños, especialmente con orza abatible y fueraborda. El calado de la bahía es pequeño y va disminuyendo por la acumulación de arena, hasta el punto que se ha pronosticado su colmatación en este siglo si no se toman medidas, que pasan fundamentalmente por no seguir ganando terreno al mar e incluso devolverle antiguas zonas inundadas. Para las salidas de un día los barcos de quilla fija deben navegar a motor por la canal (dragada para los mercantes) hasta salir a mar abierto y allí dar bordos sin destino fijo. La orza abatible te da acceso a multitud de islotes, calas y sitios recónditos que aún existen en la bahía de Santander, y te permite utilizar íntegramente las 6 x 3 millas náuticas que más o menos mide nuestra bahía. Teniendo en cuenta los imprescindibles bordos de la navegación en ceñida y la velocidad media de los cruceros pequeños (3-5 nudos) esas distancias son las accesibles en las navegaciones de un día, y te permiten practicar todas las maniobras de navegación y fondeo en pocas horas. Por su parte el motor fueraborda es simple, no deja olores en la cabina que facilitan el mareo, y en caso de avería su reparación o sustitución provisional son sencillas, evitando la pérdida de días de navegación. Y con un velero de 6-7 metros se pueden también hacer navegaciones cortas de puerto a puerto, pues las incomodidades de su reducido tamaño se aguantan bien en periodos de una semana. Pero siempre estaba latente la duda de si uno de nuestros barcos serviría para una navegación larga, como la vuelta a España.

 

El “Corto Maltés” es un Tonic 23 del astillero Jeanneau diseñado por Philippe Harlé en 1985, del que se produjeron unas 1.100 unidades hasta 1991 en que dejó de fabricarse. Durante años fue el barco de crucero elegido por la famosa escuela de vela de las islas Glénan, en Francia, lo que dice mucho de sus cualidades marineras. Aunque existe un modelo de quilla fija, nuestra versión es la de orza abatible dentro de un quillote, y las medidas de este modelo son eslora 6,90 m, manga 2,41 m, y calado 0,70 m con la orza subida y 1,38 m con la orza bajada. La orza es de hierro y al subirla bascula hacia atrás dentro del quillote, lo que unido al hecho de que el principal lastre es el propio quillote que la acoge, de 450 kg, hace que el barco navegue perfectamente con ella subida sin perder nada de su estabilidad. La altura de la cabina al pie de la escalera, justo debajo de la tapa del tambucho cerrada, es de 1,77 m, algo excepcional para un barco de esta eslora, lo que permite permanecer de pie a un adulto para vestirse y para cocinar. Además el barco tiene a proa de la cabina un amplio ventanal por el que se observa el horizonte y el rumbo desde el interior de la cabina, lo que es un argumento de seguridad en la navegación con mal tiempo pues permite permanecer en el interior.

La cocina está a babor de la escalera. Es una cocinita de camping gas con un fregadero de un seno, dotado de bomba de agua manual desde un depósito de 25 litros, posteriormente suplementado con otro hasta 40 litros. También tiene un enorme cofre de apertura superior para colocar la nevera de hielos, que desagua en la sentina.

A estribor de la escalera tiene un espacio “baño” separado de la cabina por una puerta, donde se ubica un retrete químico, un lavamanos sin desagüe (es una especie de palangana que luego se vacía por la cocina, evitando un pasacascos) y unas perchas para la ropa de agua mojada que drenan a la sentina. Tiene una mesa de cartas completa y grande a estribor, mirando a popa, una cama bretona en proa que se prolonga con los bancos laterales de la cabina, y otra cama doble en popa a babor, debajo del suelo de la bañera. El espacio bajo el banco de estribor está ocupado por un enorme cofre al que se accede desde la bañera. El motor es fueraborda pero dentro de un pozo bajo el banco de estribor, a popa del cofre antes mencionado. El timón es de fibra, articulado en el espejo de popa, y se puede elevar unos centímetros de modo que al subir la orza quede al mismo nivel que el extremo inferior del quillote y no se golpee con los bajos fondos si se navega con la orza subida.

El barco puede vararse con ayuda de puntales apoyado en el quillote, pero cuando lo compramos, el propietario anterior no los tenía y nunca lo hemos varado. Además, en fondos arenosos y fangosos al vararlo podría bloquearse la orza en posición subida. Si el barco apoya todo su peso (1.300 kg) en el quillote y se incrusta una piedra o una concha entre la orza y su caja, es posible que luego la orza no descienda por su peso y sea muy difícil destrabarla. Hay que decir que el astillero lo tiene previsto, y ha practicado un agujero en la esquina de la orza que queda fuera al subirla. En él puede atarse una filástica y tirar hacia abajo buceando, o en el peor de los casos hacerla firme al fondo y esperar el tirón de la marea al subir; personalmente nunca nos ha hecho falta recurrir a ello. Por otra parte, el sistema de izado (basculando hacia atrás) es muy seguro para navegar sobre los arenales, pues si se toca fondo la orza cede suavemente y se introduce poco a poco en su caja. Por tanto este barco reúne casi todas las características que hemos mencionado para navegar por la bahía, con una gran habitabilidad para su eslora.

Un inconveniente se deriva de la posición del motor en un pozo. Hay que decir que para navegar con mal tiempo es ventajoso, pues los fuerabordas en el espejo de popa suelen quedar con la hélice al aire cuando hay mar formada, haciendo ingobernable al barco y poniendo en peligro la propia mecánica por el exceso de revoluciones al faltar la resistencia del agua. Como el pozo adelanta la posición de la hélice casi un metro, este problema desaparece. A cambio, el motor no gira sobre su eje y toda la maniobra debe hacerse con el timón. Como está situado lateralmente, el flujo agua de la hélice no actúa sobre la pala del timón y es muy lento de reacciones. Además, su posición de tiro lateral (en estribor) hace que el barco derive hacia babor tanto en marcha avante como, sobre todo, en marcha atrás si no tiene un poco de arrancada, lo que dificulta las maniobras en puerto. Con el tiempo uno aprende las reacciones de su barco y, en nuestro caso, la solución es acelerar fuerte para que coja un poco de arrancada, y entonces volver al ralentí y maniobrar. Otro inconveniente es que la cola del fueraborda está permanentemente en el agua, lo que hace preciso el mantenimiento con una patente para colas, la renovación más frecuente de los ánodos, la limpieza habitual del escape y de la rejilla de entrada de agua, etc.

Después de navegar juntos durante varios años, nos planteamos hacer realidad el reto de dar la vuelta a España en este barco. Muchas “vueltas a España” son en realidad un viaje inconcluso que partiendo de un puerto del País Vasco finaliza en Cataluña. Nuestra idea era circunnavegar completamente la península saliendo de Santander hacia el Oeste, bajar por Portugal aprovechando la corriente de dirección Sur y los alisios portugueses que también soplan hacia el Sur, cruzar el estrecho de Gibraltar, ascender por el Mediterráneo hasta Francia, y allí utilizar el canal de Midi o canal de los Dos Mares para volver al golfo de Vizcaya. Por tanto se trataría de una circunnavegación completa, volviendo al punto de destino sin abandonar el barco, cosa solo posible en barcos de calado pequeño ya que el canal de Midi está dragado a solo 1,50 metros. Pero precisamente los barcos pequeños que tienen facilidad para atravesar el canal de Midi no se arriesgan al resto de la travesía, que incluye el peligroso descenso de Galicia y Portugal. Tras más de un año de madurar la idea y resolver algunos problemas prácticos que comentaremos en las páginas siguientes, pusimos fecha al intento: sería entre los meses de mayo y agosto de 2012, dedicando el invierno 2011-2012 a los preparativos del barco y a nuestra situación laboral y familiar para el intento. En este libro se cuenta esta navegación, que finalmente realizamos con éxito, los preparativos, su desarrollo, las anécdotas del viaje, y se exponen algunas conclusiones sobre las posibilidades de los barcos pequeños para realizar grandes navegaciones.

En el texto se ha insertado en cada capítulo una “dibucarta”; son textos cuyas letras van configurando un dibujo y que fui incluyendo en el blog en el que íbamos contando nuestro viaje. Se deben leer de izquierda a derecha y en los textos circulares siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Cuando el texto se interrumpe lo hace con puntos suspensivos (dos o tres) debiendo continuar la lectura donde se repita ese número de puntos suspensivos. Para los que no consigan culminar el ejercicio de lectura, en un anexo al final del libro está la transcripción de todas ellas.

Esperamos que tras la lectura del libro muchos navegantes de fin de semana se aventuren a abrir los horizontes de sus pequeños veleros. La aventura y la felicidad están garantizadas.



Capítulo 2

Los largos preparativos

Una vuelta a España a vela no se improvisa. Los preparativos son largos y, a menudo, sobre todo en el aspecto legal y administrativo, tediosos. Podemos dividir este capítulo en la preparación del barco, los temas administrativos de la navegación y la resolución de la situación laboral durante la ausencia.

A la preparación del barco no se le puede poner una fecha concreta. Es un largo proceso en el que se juntan mejoras hechas para nuestras navegaciones anteriores, con modificaciones específicas para este viaje, como el cambio de zona de navegación. Por eso las abordaremos todas juntas.

En primer lugar, el Tonic 23 adolece de una fragilidad estructural en la fijación de los obenques, reconocida en todas las revistas náuticas que han analizado el barco, sobre todo entorno a los años ochenta cuando más se vendió. En lugar de anclarse en la cuaderna que coincide con su entrada en el casco, están anclados con un simple herraje y dos tornillos pasantes que atraviesan la cubierta. Los esfuerzos que aguantan los obenques generan una tracción hacia arriba que, en algunos casos, pueden deslaminar la cubierta o agrietarla. Para evitarlo reforzamos la parte interior de la cubierta con chapas de acero inoxidable hechas a la medida que, a su vez, son atravesadas por los tornillos pasantes del herraje de los obenques. Por ahora ha sido suficiente. Otros propietarios han añadido un cadenote que han fijado en la cuaderna, solución que personalmente reservamos por si el refuerzo anterior no fuera suficiente, lo que por ahora no ha sucedido.

Para las guardias al timón, en caso de mal tiempo o navegación nocturna, instalamos una silla de guardia (reutilizada de una bici ciclostática) sujeta en la escalera del tambucho. Permite, navegando con timón automático, controlar el rumbo desde el interior de la cabina observando el mar a través de los cristales de proa de la cabina. Posteriormente nos dimos cuenta que con lluvia no era utilizable, pues las gotas en el exterior o la condensación en el interior entorpecían la visibilidad a través de la ventana de proa. Pero en navegación nocturna o con mal tiempo en ausencia de lluvia mantuvo toda su utilidad.

Para conservar ordenadas las cartas de navegación hicimos un soporte vertical de metacrilato frente a la mesa de cartas, apoyado en el mamparo que separa el baño de la cabina. Además de mantener las cartas de papel ordenadas, permitía su consulta y la realización de cálculos elementales sin sacarlas a la mesa, ganando en comodidad. También lo utilizamos para tener siempre a la vista documentos de uso muy habitual, como el pronóstico meteorológico del día o en el canal de Midi, el esquema de las señales visuales, balizamiento, señales sonoras, etc., reglamentarias en la navegación por el mismo.

Si cocinar en un barco siempre es difícil, en uno pequeño y navegando con escora roza el límite de lo imposible. En varias navegaciones hemos tenido que calentar el agua del café de rodillas frente a la cocina, pues de pie era imposible. Para mejorar la comodidad hicimos una cincha antiescoras anclada en el mamparo de la cocina y el borde del fregadero. Aparte de permitir cocinar mientras se navega, descubrimos que la postura que se adoptaba (con el cuerpo echado hacia atrás y, por tanto, no en línea recta sobre el suelo) te hacía bajar la cabeza unos centímetros y se cabía mejor que cocinando de pie. Fue una comodidad adicional no buscada pero muy agradecida. También resultó más cómodo el uso del fregadero. Como medida de seguridad, cerca de la cocina siempre tenemos una manta antillamas por si ocurre un incendio, y muy cerca el extintor.

 

Aunque la cocinita del barco tiene suspensión cardan, con las olas y los pantocazos la olla se caía. Por eso la sujetamos con muelles al camping-gas, lo que resolvió el problema. No obstante, durante el viaje descubrimos que el fuego del camping-gas era insuficiente para que la olla alcanzase su presión de trabajo, por lo que finalmente todo el viaje la tuvimos que usar como una simple cazuela. Por otra parte, a medida que se vaciaba el gas, la olla llena terminaba pesando más que la bombona con lo que el cardan no funcionaba. Por eso hubo que suplementar la tracción hacia abajo sobre la bombona del gas, lo que hicimos con un pulpo.

En el aspecto energético, el Corto Maltés solo necesita alimentar una luz de navegación (la mínima reglamentaria, blanca todo horizonte en el palo), un GPS portátil, un plotter, la radio VHF y un piloto automático de caña. Para este viaje añadimos una batería de 70 A a la anterior de 35 (que, por cierto, tuvimos que cambiar a mitad del viaje) y para cargarlas instalamos un panel solar semirrígido de 35 W en la tapa del tambucho. En general, ha sido suficiente durante todo el viaje y ha sobrado en las zonas de mucha insolación como Andalucía. Solo al principio del viaje, finales de mayo y el mes de junio por Galicia y Portugal, en que hizo un tiempo casi invernal, algunos días tuvimos que renunciar al timón automático para reservar las baterías para el plotter, que considerábamos prioritario. El resto del viaje dio incluso para cargar los teléfonos móviles, reproductores de música, etc., desde las baterías.

En los barcos pequeños uno de los problemas es el espacio de estiba. En nuestro caso, los compartimentos situados debajo de las camas y asientos de la cabina estaban ocupados con la ropa, velas, libros de navegación, pirotecnia, chalecos, anclas y cadenas de repuesto, etc., y solo quedó para la comida el espacio bajo la cocinita y uno de los pañoles bajo la cama de popa. Para las frutas y verduras que, en cualquier otro lugar se golpean con el movimiento del barco y se pudren enseguida, instalamos una pequeña hamaca bajo el techo de la cabina a proa. Es una solución típica de los barcos de travesía. A pesar de la ilusión que teníamos en ella, en los primeros pantocazos del viaje comprobamos que la fruta se machacaba con el mamparo del pozo de las anclas, se deterioraba más que en cualquier otro sitio y salpicaba con sus trocitos toda la cama de proa. Por tanto no la utilizamos más para ese cometido, y el resto del viaje fue el lugar de estiba de los cables eléctricos, regleta y alargadera, ya que habitualmente los hacíamos llegar al pantalán a través del ventanuco de proa. Probablemente el error fue instalarla perpendicular al eje proa-popa en lugar de paralela al mismo, pero con los anclajes disponibles no había otra posibilidad.

El Corto Maltés disponía de un motor Honda de 4 tiempos y 8 CV con una antigüedad de casi 15 años que, poco antes del viaje, decidimos sustituir. La longitud del recorrido previsto y, sobre todo, los 700 kilómetros del canal de Midi que había que hacer a motor, nos decidieron por la seguridad de llevar un motor nuevo. Optamos por un Selva de 8 CV, 4 tiempos y monocilíndrico. El principal argumento fue su escaso peso (27 kg frente a 45 kg de los de la competencia) lo que facilitaría su manejo, por ejemplo para sacarlo si la hélice cogiera una bolsa de plástico, problema cada vez más habitual por la cantidad de basura plástica que hay en el mar, o para cualquier reparación y mantenimiento. Además, el tamaño reducido de su carcasa, que permitiría algo de giro dentro del pozo y, tal vez, corregir un poco la tendencia del anterior a caer a babor en marcha atrás. Hay que tener en cuenta que en los años 80, cuando se diseñó el Tonic 23, los motores eran de 2 tiempos, con una estructura mucho más ligera y compacta que permitía su giro dentro del pozo. Posteriormente la normativa ha excluido del mercado los motores de 2 tiempos, siendo los de 4 mucho más voluminosos haciéndolos prácticamente rígidos y anquilosados dentro del pozo, lo que ha generado el problema mencionado de caer a babor en marcha atrás al no actuar el chorro de la hélice sobre el timón y no poder inclinar el giro del fueraborda en el sentido favorable. Un problema añadido de los fuerabordas actuales de 4 tiempos es que cada fabricante tiene sus propias medidas (dos motores de la misma potencia pueden tener una carcasa y una estructura muy diferentes) con lo que te arriesgas a que no quepa en el pozo y haya que reformar su estructura de fibra. Por suerte el Selva cupo perfectamente y hasta conserva unos grados de movilidad, lo que permite corregir en parte la tendencia mencionada. El único problema es que, al ser monocilíndrico, al ralentí tiene muchas vibraciones lo que tiende a aflojar las palomillas de fijación y otra tornillería, que debe revisarse concienzudamente, y que es más ruidoso. No obstante, para la mayoría de nuestras navegaciones este problema es despreciable, pues la mayor parte del tiempo lo llevamos apagado (en la vuelta a España, el 90% del tiempo).

De gasolina llevábamos el depósito externo del fueraborda (12 litros) y 3 bidones externos de 5 litros que, en realidad admiten 6 litros o un poco más (no conviene llenarlos hasta el borde puesto que con el calor la gasolina se expande mucho y podrían rebosar). Además, el depósito interno del fueraborda hace algo más de 1 litro. En total alrededor de 31 litros que, en las peores condiciones, dan para hacer unas 60 millas. En las etapas de Las Landas, en que preveíamos hacer más millas si no conseguíamos entrar en Arcachon, como así sucedió, incorporamos 12 litros más en bidones, lo que fue providencial pues nos quedamos sin viento en una etapa de 128 millas.

Respecto al fondeo, hemos llevado dos anclas tipo Britany, una de 9 kg estibada permanentemente en el pozo, y otra de repuesto de 13 kg para situaciones excepcionales estibada en el interior, cada una con su línea de cadena y de cabo. La de 13 kg no salió de su sitio de estiba, por suerte, en todo el viaje. Cuando las características del fondo o la meteorología nos pedían reforzar el fondeo lastrábamos la cadena, a nivel de su unión con el cabo, con el escandallo (5 kg) que así cumplió una nueva función a bordo. Esta solución fue siempre muy eficaz y más sencilla que sustituir un ancla por otra. No obstante, nos parece una medida elemental de prudencia llevar dos anclas, tanto por si se pierde una en un fondeo (tener de repuesto) como por si se presentan vientos excepcionales tener una de mayor agarre. Y para los amarres en puerto, además de una buena colección de defensas calculada por lo alto, embarcamos un tablón de 2,5 metros de largo. Su utilidad es colgarlo por fuera de dos defensas gordas y prolongar la protección del muelle a toda su longitud, especialmente en muelles con pared irregular o, lo que es más frecuente, construida con columnas o salientes verticales. Este tipo de pared fue muy habitual en toda la travesía (depende de la técnica constructiva del muelle) y es difícil de protegerse de ella pues las defensas acaban siempre entre dos salientes y el casco rozado. Igualmente resultó útil en las esclusas del canal de Midi, cuya pared es extremadamente agresiva y muy fácil arañarse con ella, sobre todo cuando la esclusa se llena. Finalmente llevábamos dos bicheros en vez de uno, lo que nos simplificó la vida enormemente en las esclusas.

Unos días antes de empezar la vuelta a España dimos al barco la patente antiincrustante nueva. Elegimos la misma autopulimentante de todos los años, que habitualmente dura 12 meses, de color rojo. Suele decirse que la de color blanco atrae a las ballenas, que desde debajo confunden el casco de la embarcación con otra de su especie. Mejor no comprobarlo. No tuvimos en cuenta los miles de millas que haríamos en pocos meses ni los mares tan formados y las olas que nos íbamos a encontrar. Esta pintura se va activando pero a la vez desprendiendo en capas por efecto del roce con el mar. A mitad de la vuelta a España comprobamos que en las zonas de más roce (la proa y la panza delante del quillote, que recibe los peores pantocazos) ya se había desprendido casi entera y asomaba el color blanco del gelcoat. Pese a ello, y como el barco no estaba parado más que unas pocas horas cada día, no llegaron a salirle algas ni caracolillos.

Para el caso improbable de tener que abandonar el barco por incendio o hundimiento (las dos únicas razones que lo justificarían) hicimos un bidón de supervivencia que situamos debajo de la mesa de cartas. Llevaba lo necesario para ese tipo de emergencias: un inflable, algo de agua y comida, bengalas, espejo de señales, VHF portátil con su batería, linterna flash estanca, bocina de niebla, una filástica, etc. Sería lo primero a echar al agua y, a continuación, todo lo que flote (defensas, chalecos, tabla de surf, colchones, etc.). El bidón siempre tiene que tener una cámara de aire (no llenarlo hasta arriba) para que flote, y si se le meten cosas nuevas hay que comprobar que sigue flotando (¿os imagináis que en el momento de necesitarlo comprobáramos que se va a pique?). Además, conviene llevar siempre encima el móvil dentro de una bolsa estanca, con el número de Emergencia Marítima memorizado (900 202 202). Este número se eligió precedido por un 900 para que fuera gratuito, y porque el 202 simula la palabra SOS.

El Corto Maltés no tiene nevera. Las baterías no dan para tanto. En todas nuestras navegaciones llevamos una caja de porespán en la que introducimos “frigolines” (acumuladores de frío) previamente congelados o cubitos de hielo. Los frigolines son unos rectángulos de plástico con un gel en su interior que se introducen en el congelador de 20-25 ºC bajo cero y pueden mantener una temperatura cercana a 0 ºC en el interior de la caja de porespán durante 2-4 días. Tienen la ventaja sobre los cubitos de hielo de que no se convierten en agua al calentarse (la comida no queda sumergida en agua nunca) y el inconveniente de que hay que tener los medios para recongelarlos. Normalmente pedimos en las marinas o en alguna tienda o bar cercanos que nos los guarden en el congelador hasta el día siguiente. No suelen poner inconvenientes, pero, muchas veces, llegamos tarde a puerto y encontramos los comercios cerrados o, por el contrario, al día siguiente nos vamos antes de que abran, por lo que esta solución no siempre es posible. Además, muchos comercios solo tienen congeladores domésticos de 4 ºC bajo cero, que no enfrían suficientemente los frigolines. En la vuelta a España llevamos muchos de repuesto, estibados en la sentina donde se adaptan perfectamente y contribuyen a bajar el centro de gravedad de barco. Calculamos que llevábamos aproximadamente 30 kg, todos cerca del fondo.